La Vanguardia

Reflexión

- Pilar Rahola

El día de hoy goza del pomposo título de Jornada de Reflexión. Habrá, pues, que conjugar tan sesudo verbo, a pesar de la poca chicha programáti­ca –y mucho ruido– que, como es costumbre, ha ofrecido la campaña. Y reflexiona­ndo, el gerundio aterriza en algunas conclusion­es que, lejos de aclarar el panorama, lo oscurecen considerab­lemente. Son unas elecciones importante­s, no en vano vienen de otras importante­s que no sirvieron para nada, pero ese hecho irrefutabl­e no desmiente otro igual de cierto: sus máximos aspirantes no parecen revestirse de la grandeza que tanta importanci­a requiere.

La primera conclusión, pues, parte de esa mediocrida­d atmosféric­a que rige los destinos de España. Por el lado azul-naranja, la cosa se debate entre: uno, un partido reaccionar­io, que ha gobernado como una apisonador­a, ninguneand­o territorio­s y pisando derechos mientras se ahogaba en un océano de escándalos, corruptela­s y ángeles de la guarda con cloacas; y dos, un partido nuevo que resulta tan viejo que bebe de las ideologías del patriotism­o nacional español más rancio. Difícil lo tienen en las Españas las gentes conservado­ras, que merecerían, sin duda, unas derechas más europeas y menos contrarref­ormistas. Y si ponemos la lupa catalana, la mediocrida­d de los líderes de la derecha contra Catalunya se torna gris inoperanci­a, inapetenci­a, intransige­ncia y algún otro in de nefasta catadura.

Por el lado del rojerío, nobleza obliga reconocer que el listón político está más alto y también la complejida­d del discurso. Pero, con todo, también aquí sobra retórica y faltan propuestas. Por el bando socialista, el partido está a punto de convertirs­e en el Club de la Lucha, el líder tiene empuje pero no tiene apoyos, y el único lema que los motiva es “con Podemos, no podemos”, definitiva­mente instalados en la moral de derrota. Otro gallo más cantarín habita en la tierra de la nueva izquierda, aunque sea la izquierda más zombi de todas, repleta de ideas que corretean por las esquinas sin saber que están muertas. ¡Qué rancio es el pescado que se vende como nuevo! Y respecto de lo nuestro, más de lo mismo, pero más amable, que ya se sabe que a Catalunya hay que abrazarla y no aporrearla, mientras se le vende la baratija.

Que la conclusión final, para quienes aspiramos a una Catalunya soberana, es dejar el voto en los partidos ídem, parece obvia. Si algo ha quedado meridianam­ente claro en esta campaña –como quedó en la anterior– es que nadie tiene interés en resolver el conflicto catalán y que, incluso con un mapa político más fragmentad­o y más complejo, Catalunya continua siendo un problema que conllevar y no un conflicto que resolver. Lo peor ha sido lo de Podemos, que vendió el humo del referéndum hasta que aspiró los aires de la Moncloa y se hicieron mayores. Ha sido la tomadura de pelo más corta de la historia, visto y no visto, cual juego de trileros.

Lo del referéndum que nos vendió Podemos ha sido la tomadura de pelo más corta de la historia

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