Salto adelante
Hundimiento de las bolsas, pérdidas del euro, colapso de la libra esterlina, reforzamiento del franco suizo, yen japonés y dólar americano. ¿Es el día del juicio final? No, pero sí la antesala de un largo periodo de incertidumbre. Entre los muchos efectos del Brexit, retengan el aumento de la hegemonía alemana, las dificultades del nuevo acuerdo con Gran Bretaña, las consecuencias económicas directas sobre su economía o las de la UE y España, o las más indirectas sobre los inversores en libras o los endeudados en dólares. Pero hoy, los problemas económicos y financieros a corto plazo son los que menos me preocupan. Me asusta mucho más la incompetencia de unas élites que han llevado el proyecto europeo a una situación límite. En primer lugar, de las británicas. ¿Creían que su apuesta por las finanzas, y en contra del tejido industrial, iba a salir gratis? Pues no. Cansados de perder posiciones económicas, amplios sectores de votantes laboristas, empleados en la industria o ex empleados en ella, han votado a favor de abandonar la UE. Y también suspenso a las élites europeas y, en especial, a un proceso de integración que tenía de todo, menos previsión. ¿A quién se le ocurrió una Unión Monetaria sin hacienda común ni unión bancaria? ¿A quién el espacio Schengen sin política común de fronteras? De aquellos polvos, estos lodos. Aunque, para ser justos, no todo es incompetencia: los estragos de la historia europea siguen bien presentes en el desván.
La letal combinación de tensiones con Rusia, terrorismo, crisis de refugiados y del euro, cansancio de la austeridad y, finalmente, Brexit, configuran el acontecimiento político más relevante desde la caída del muro de Berlín. Por ello, la salida de Gran Bretaña tiene el potencial de echarlo todo a perder. Y los populismos se frotan las manos, y desde la Liga Norte italiana al Frente Nacional francés o al Partido de la Libertad de Holanda se exige la celebración de referéndums parecidos. ¡Y nosotros, en España, con estos pelos! La prima de riesgo ha pegado un brinco que asusta, y nos recuerda que, a pesar del BCE, las fragilidades de nuestro elevado endeudamiento también continúan ahí.
¿Qué hacer? Sólo hay un camino deseable: salto adelante en la integración, suavizando las tensiones con una política fiscal expansiva. Pero me temo que no prosperará. Las opiniones públicas de los países que podrían lanzar la expansión (Alemania, Austria, Holanda) no están por la labor. Y, por ello, la respuesta de la UE será la posible, es decir, más que ayer y menos que mañana, pero siempre insuficiente. Hasta la próxima crisis. Parafraseando a Churchill, el Brexit no es el final. No es, incluso, ni el principio del final. Pero es, quizás, el final del principio. Ojalá me equivoque.