Las únicas rectoras de la cátedra española
PILAR ARANDA, DE LA UNIVERSIDAD DE GRANADA, Y MARGARITA ARBOIX, DE LA UAB, DEFIENDEN EL “ESTILO FEMENINO” QUE REPRESENTAN. DICEN SER MÁS REALISTAS, PRAGMÁTICAS, ATENTAS Y RESOLUTIVAS
“Yo he oído decir que nosotras sólo servimos para barrer y que somos incapaces de hacer algunas intervenciones clínicas”
El camino de la mujer en la enseñanza superior española ha sido largo y con más espinas que rosas. Y mucho más costoso hasta llegar al poder. Los números lo atestiguan. Hace tres semanas sólo había una rectora en las 50 universidades públicas: Pilar Aranda, en Granada. Ya son dos desde el 6 de junio, cuando tomó posesión Margarita Arboix al frente de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB). Si ampliamos el círculo a los 33 campus privados, se suman cinco más. En los más de 800 años de historia universitaria española sólo ha habido 20 rectoras.
“Somos muy pocas, pero vamos a ser más. Es una situación que no responde al papel de las mujeres en la universidad. Durante demasiado tiempo se nos ha recluido”, sentencia Pilar Aranda. “Es un reflejo de la propia sociedad”, apunta Margarita Arboix. “Cuanto más subes en la escala de poder, menos mujeres hay”.
Para la rectora granadina hay factores de esa “rara excepcionalidad”. Por ejemplo, el sistema de cátedras, requisito indispensable –sólo el 20% son féminas–, y que es necesario “hacernos más visibles”. Tradicionalmente, la mujer ha tenido “otros intereses o proyectos y le cuesta dar un paso adelante”, dice. Queda “poner más de nuestra parte y perder el miedo escénico”.
Arboix señala el gran embudo del proceso para ganar una cátedra universitaria. “¡Se necesitan 18 años investigando ininterrumpidamente! ¿Quién lo tiene más fácil?”, se pregunta. Y concluye: “Muchas con una gran preparación renuncian a una carrera por ser el mástil de la familia. Una persona lo tiene más fácil si su pareja la apoya”. Ella cuenta con su marido. Y Aranda tiene “un excelente compañero con el que comparto todo. Y dos hijos, el ma- yor, de 31 años, bombero. Y el pequeño, de 25, médico”.
A Arboix no le turba un mundo dominado por hombres. Y es que hace 20 años formó parte de la junta europea de decanas de facultades veterinarias y era la única de 74 miembros masculinos. “Me llamaban lady. Había mucho machismo. Yo he oído decir que nosotras sólo servimos para barrer y somos incapaces de hacer ciertas intervenciones clínicas. Vergonzoso”. Y de eso no hace tanto. Eran los 90. “Por suerte, las cosas han cambiado. Y en España, más”, afirma.
Aranda, que es doctora en Farmacia, nos da su medicina para superar la desigualdad de género: “comprensión, respeto, valores y, sobre todo, educación”. Arboix también cree que la brecha sólo se vencerá con cultura y educando mejor desde pequeños, desde la equidad, sabiendo que somos iguales y también diferentes. Nos equivocamos si queremos demostrar que somos como los hombres”.
La rectora catalana defiende que el estilo femenino es distinto, sobre todo en las relaciones personales. “Somos duras y competitivas, pero advertimos si alguien está triste o le perturba un problema”. Y argumenta que esa sensibilidad ayuda a mejorar la eficacia de los equipos
“porque captamos el sitio idóneo para todos”. Aranda también considera que las mujeres ejercen el bastón de mando de un modo diferente. “Somos más pragmáticas y realistas. Tenemos mayor capacidad de resolución porque estamos acostumbradas a tomar decisiones rápidas sobre temas diversos”.
A los 65 años, Arboix vuelve a tener la ilusión de la becaria que fue. Firme defensora de la universidad pública, le gustaría que fuera más abierta. Y, sobre todo, que contribuyera a construir una sociedad más justa, libre y tolerante formada por personas capaces y con criterio. Para lograrlo, Aranda cree en la participación de todos los agentes educativos. “Lo que tenemos entre manos es la formación integral de personas con espíritu crítico, no una máquina de hacer títulos. Necesitamos más fondos y compromiso social y político”. A los 57 años tiene un sueño: “Evitar perder tanto talento joven. El conocimiento es la base de la transformación social”.
Arboix hace autocrítica. “Somos demasiado teóricos”. La enseñanza de grado tiene “que dar instrumentos para que los estudiantes sepan moverse en el mundo profesional”. La profesora de Veterinaria no tiene reparos en afirmar que el animal más común del espacio universitario “es el burócrata”.
Aranda siempre fue decidida. En primero de carrera fue delegada de curso. Siempre tuvo vocación y voluntad. “Si quieres algo, hay que moverse para conseguirlo”. Trabaja 11 o 12 horas diarias. Eso sí, se despeja los fines de semana. Le encanta estar con los amigos. En sus ratos escucha a Serrat, Lluís Llach y los clásicos. Y lee. Sus preferidos, Javier Marías y Carmen Martín Gaite.
Arboix ama la docencia. Ha trabajado sin cobrar para no perderse “sus clases” mientras vivía en Madrid para crear la Agencia del Medicamento. Y fue directora general del Ministerio de Agricultura. “Fueron grandes retos. He aprendido mucho, sobre todo en el ámbito de la gestión”. Es rockera y seguidora de los Rolling, Beatles y Springsteen, y le encantan los románticos. Lee mucho, “a veces 3 páginas, otras 50” antes de dormir. Y su pasión, restaurar antigüedades. “Me pongo la bata y ale, a darle a la lija”.
“Lo que tenemos entre manos es la formación integral de personas con un espíritu crítico, y no una máquina de hacer títulos”