Visto para sentencia
El caso Nóos ha quedado visto para sentencia. El pasado miércoles, la infanta Cristina y su marido, Iñaki Urdangarin, salían por última vez del edificio de la Escola Balear d’Administració Pública, donde en los últimos meses se ha habilitado la sala de juicios. Lejos quedan ya los tiempos de la famosa rampa de acceso a la puerta trasera de los juzgados de Palma, por la que el 24 de febrero de 2012 descendió por primera vez quien aún ostentaba el título de duque de Palma. Han pasado más de cuatro años y una instrucción que llenó miles y miles de páginas de un sumario que hizo famoso al juez José Castro y al fiscal Pedro Horrach, antes aliados en su cruzada contra la corrupción y después enfrentados por sus diferencias de criterio respecto a la responsabilidad de la infanta Cristina.
El caso Nóos ha sido un vivero de personalidades desbordantes como la de la letrada Virginia López-Negrete, abogada del sindicato Manos (no tan) Limpias, empeñada en demostrar que hacer justicia significaba llevar a la infanta Cristina al banquillo. El proceso también ha colocado en primer plano al intrépido letrado Manuel González-Peeters, abogado de Diego Torres a quien ha fallado su estrategia ventilador y su propósito de trasladar a la Casa Real la responsabilidad de los aún presuntos delitos de su defendido. Para los legos en derecho, muchas de las cuestiones de este juicio resultan paradójicas y es cierto que algunas están envenenadas por las muchas y, en la mayoría de los casos, manipuladas interpretaciones de unos hechos que más allá de la responsabilidad penal, estuvieron desde el primer momento dirigidas a darle estopa a la Corona.
Hasta el siempre templado Mario Pascual Vives, abogado de Iñaki Urdangarin, cayó en la tentación de atribuir a la Casa del Rey la responsabilidad de lo que él llamó, en sus conclusiones finales, “inicial precondena”, aludiendo sin citarla a la declaración del entonces jefe de la Casa del Rey, Rafael Spottorno, quien el 12 de diciembre de 2011 calificó de “no ejemplar” la conducta de Iñaki Urdangarin.
No explicó Pascual Vives que Spottorno había pasado al menos un mes, por orden del rey Juan Carlos, instando a Urdangarin para que diera un paso adelante y se explicara ante la opinión pública a fin de dejar al margen a la Corona, institución de la que formaba parte como miembro de la familia real. No lo hizo cuando se le pidió, pero sí dos meses después tras bajar la rampa para declarar como imputado. Entonces ya era tarde y la bola comenzó a rodar.
TEATRO EN FAMILIA
El pasado domingo se cumplieron dos años de la proclamación del rey Felipe y no hubo, dadas las circunstancias de interinidad política, ninguna celebración oficial. El miércoles, gracias a la revista ¡Hola!, supimos que los Reyes y sus hijas, la princesa Leonor y la infanta Sofía, aprovecharon la tarde del domingo para ir al teatro, nada menos que a ver el espectáculo El sueño de una noche de verano, una adaptación apta para niños, espero, aunque la obra es de las más ligeras escritas por Shakespeare. La cuestión es que a la salida del teatro un avispado grupo de paparazzi captó la presencia de los Reyes y sus niñas y, con toda lógica, vendieron las fotografías en exclusiva para conseguir un buen precio. Por más que se empeñen, las actividades privadas de la familia real no pueden mantenerse en secreto porque acaban siendo objeto de especulación y trato de favor. Otra cosa es que con esas fotos se pretenda generar, de forma no tan inocente, una imagen alternativa.
REGAÑINA EN PALACIO
Que Isabel II de Inglaterra está en plena forma a sus 90 años es un hecho evidente. Lo ha demostrado en las numerosas apariciones públicas de las últimas semanas con motivo de su cumpleaños. Casi todos los días tiene un acto oficial, el último esta semana en Liverpool, donde se desplazó para asistir a un encuentro empresarial y a la inauguración del ala infantil de un hospital. Luciendo un abrigo rosa sobre un vestido estampado en tonos pastel, la nonagenaria soberana parece vivir una eterna primavera. De todas las imágenes que se han producido estos días en torno a la reina Isabel, la más curiosa es la que tuvo lugar el pasado sábado en el balcón del palacio de Buckingham en el que apareció toda la familia real británica tras el Trooping the Colour (desfile del estandarte).
Plantada en medio del balcón, vestida de verde loro, la reina, además de estar atenta a los aviones que con sus estelas dibujaban los colores de la bandera, no perdía detalle de lo que pasaba a su lado y, en un momento, ordenó a su nieto Guillermo, un hombretón de 34 años, agachado junto a su hijo Jorge, que se levantara inmediatamente. Menuda abuela y menuda reina que sabe perfectamente como ganarse el respeto y que ni a los 90 años se permite, ni permite, un fallo.