Por tierra, mar y aire
José María Carrascal fue el hombre de las serenatas informativas. Primero por tierra, porque se pateó las corresponsalías más emblemáticas del planeta, y después por aire, cuando sus mensajes llegaban a través de las ondas de televisión a los hogares. Y antes que nada fue intrépido marino, porque de joven estudió náutica para navegar por mares y océanos. Dulcemente jubilado, mantiene sus colaboraciones periódicas en ABC y atiende al periodista con todo detalle. “Mi patria son los libros y mi vocación fue la de conocer mundo”, manifiesta.
El tópico le sitúa como aquella persona madura algo extemporánea que se atrevía con una corbata de llamativos colores que se cambiaba a diario, que hablaba con voz de mosén, categórico, pero sin pelos en la lengua, en un telediario vespertino. Carrascal desprendía un aire que hoy calificaríamos de vintage y mascullaba un inglés sui generis cuando pronunciaba los nombres de actualidad. Alrededor de sus apariciones se creó una atmósfera de admiración de tinte irónico.
Nacido en El Vellón (Madrid) en 1930, la Guerra Civil le pilla en casa de sus abuelos maternos en Folledo (León). De El Vellón no se acuerda de nada, salvo que calentaban el agua fría del pozo para hervirla, y de Folledo, que fue zona republicana durante la guerra. “El 17 de julio de 1936 estábamos aguardando a mi padre que al llegar nos dijo que Madrid estaba a punto de estallar, yo me agarré a sus piernas, y también recuerdo ver un desfile de milicianos con las camisas rojas y el puño en alto”. Así que pasó la guerra en aquel pueblecito, aunque allí no notaron los efectos porque la zona se autoabastecía de centeno y leguminosas. Él y su hermano campaban a sus anchas, haciendo lo que les daba la gana.
La familia se traslada a Lugo, donde nace su hermana. Allí acude al instituto, de donde recuerda al señor Vernis, maestro de ciencias naturales. “Tuve la afición de leer ya a edad muy temprana, empezando por los tebeos de Flash Gordon y por libros que ni siquiera entendía como la Ilíada”, confiesa. Poco conocida es la etapa en la que Carrascal vive en Barcelona, a partir de 1947. Para un chico de 16 años, la ciudad le supuso un abrir de ojos, “ver los escaparates, los cines con doble sesión, las obras de teatro universitario, como Escuadra hacia la muerte de Alfonso Sastre, descubrir a Sartre y De Beauvoir, fue para mí un nuevo mundo”.
Empieza las prácticas de náutica en el vapor Vizcaya. Se embarca con dos maletas, una llena de libros para leer en alta mar, pero pronto vio cómo se desvanecía aquella idea romántica. Recuerda especialmente una travesía de Chile a Santander que duró 46 días con fuertes tormentas por la zona de las Azores. “Lo de navegar no era para mí –reconoce–, así que en 1956 puse atención a un anuncio que requería personal para ejercer de profesor de español en Berlín”. El giro que da su vida a partir de esta circunstancia es de 180 grados.
“Llegué a Berlín en 1957, aún no habían levantado el muro entre las dos Alemanias, el respiradero del búnker donde se había suicidado Hitler estaba ahí”, relata. “Ganaba poco, unos 400 marcos, y empecé a enviar reportajes a los diarios españoles”. Fue corresponsal de Pueblo y Diario de Barcelona en la ciudad alemana. En 1965, el diario madrileño le propuso que hiciera gestiones para abrir la primera corresponsalía en Moscú de un medio español. Cuando Carrascal lo tenía todo a punto –incluso le ofrecían un despacho en el diario ruso Izvestia–, Pueblo le hizo la oferta de Nueva York. “Después me enteré –añade–, que mi ida a Moscú se debatió en el Consejo de Ministros y que se rechazó porque podría implicar la aceptación de un corresponsal ruso en Madrid, que según se decía eran todos espías”. La larga etapa en Nueva York dio paso a los emblemáticos informativos en Antena 3, donde se incorporó en 1989.
Carrascal ha publicado varias novelas. En 1973 ganó el premio Nadal con Groovy y fue finalista en 1982. “He conseguido hacer siempre lo que he querido”, dice este hombre que a sus 85 años se mantiene activo. Va a la piscina a diario para cuidar el tendón de una rodilla que se lastimó recientemente al caer. “He conseguido dominar mis cortedades, aprender de los errores, sobre todo el de querer abarcar mucho, ver que se puede ser feliz en un mundo imperfecto”, concluye antes de revelar que se casó en Montserrat. No por ningún fervor específico, sino porque conoció a la que aún es su esposa en Berlín y fueron los monjes de la sagrada montaña los únicos de España que casaban en alemán…
Fue corresponsal en Berlín y Nueva York, el régimen impidió que fuera a Moscú, y presentó las noticias de Antena 3