LA SAL DE LA TIERRA
El imperio británico hacía una interpretación muy particular del Nuevo Testamento en sus dominios de la India. Aquello de “vosotros sois la sal de la tierra” lo retorcía para obligar a todos a pagar por la sal de la tierra. El impopular impuesto que gravaba el consumo del universal condimento, todavía vigente en 1930, era una humillación lacerante, sobre todo para las clases más humildes. Ni desecar la sal del Índico podía hacerse gratis. La sórdida tasa resultó un acicate para la actividad opositora de Mahatma Gandhi, que convertiría su Marcha de la Sal, iniciada el mes de marzo, en uno de los actos más poderosos de su campaña de desobediencia civil, dirigida a acabar con el colonialismo por medios pacíficos. Después de 300 kilómetros a pie hasta la población de Dandi, en la costa occidental india, la marcha culminaba con el Mahatma tomando un puñado junto al mar y declarando que “con este sencillo acto, sacudo los cimientos del imperio británico”.
Las marchas a pie no sólo sucedían en el subcontinente indio porque eran malos tiempos en casi todos los lugares. En Estados Unidos se volvió habitual la imagen de las gentes vagando con sus maletas en la mano o sus petates al hombro por los grandes espacios del país. Buscaban un empleo, producto de lujo inencontrable tras una crisis financiera que había arrasado con el capitalismo feliz de los Gatsby neoyorquinos.
Los que caminaban por las praderas americanas se lo tomaban con esa tranquilidad que impone la lenta fusión con el paisaje, pero el comportamiento colectivo en otros lugares se correspondía más con el título del libro que José Ortega y Gasset publicaría en noviembre de ese año: La rebelión de las masas. No es que hubiera una revolución decisiva en ningún país, pero la deriva hacia la exasperación y el radicalismo podía mascarse en el ambiente. En Alemania sobre todo, donde el partido nazi de Hitler experimentó una subida que para sí le hubiera gustado a la Bolsa de Wall Street: pasó de 12 diputados en las elecciones generales de 1928 a 107 en las de 1930. De irrelevante a decisivo, con el aval de muchos de los cuatro millones de parados germánicos.
Europa empezaba a llorar lágrimas de sal.