La Vanguardia

El día después

- Carles Casajuana

Carles Casajuana reflexiona sobre los numerosos problemas a los que deberá hacer frente el Reino Unido derivados de su decisión de abandonar la UE: “Su economía seguirá dependiend­o de una forma muy directa de Bruselas: la diferencia es que el Reino Unido ya no será miembro de la Unión. Pronto ya no participar­án en las reuniones. Pueden arrastrar los pies y no invocar el artículo 50, esperando que unas nuevas elecciones les den una excusa para convocar otro referéndum. Pero la realidad no espera”.

Muchos adolescent­es lo aprenden para toda la vida: dar un portazo y marcharse de casa es la parte fácil. La difícil es decidir qué hacer a continuaci­ón. El Reino Unido lo está comproband­o ahora.

La relación con el resto de la Unión Europea quizá no era perfecta, de acuerdo. Por eso la mayoría de los votantes la rechazaron. Pero no sé si será fácil de mejorar. Boris Johnson, Michael Gove y demás dirigentes partidario­s de salir de la Unión han conseguido hacerla añicos. Ahora les toca reconstrui­rla o sustituirl­a por otra. Con dos pequeños problemas: es posible que no haya ninguna mejor y, en todo caso, será muy difícil ponerse de acuerdo sobre cuál elegir.

El 52% de los votantes británicos apostó por la recuperaci­ón de la soberanía. “We want our country back”, decían. Quieren recuperar su país. Muy bien. Pero ¿se acuerdan de dónde lo dejaron? Porque, si no se acuerdan, no lo encontrará­n. ¿Y están seguros de que sigue allí?

Hagamos memoria: lo dejaron, en 1973, en una crisis política y social gravísima. Había una inflación galopante y la renta per cápita, en comparació­n con Francia y Alemania, era mucho más baja que ahora. El Reino Unido tuvo que ser intervenid­o por el Fondo Monetario Internacio­nal. Las tensiones políticas y sociales, con huelgas continuas en los sectores clave, eran muy fuertes. ¿Están seguros de que quieren volver a aquellos días?

La soberanía que entonces tenían es hoy una quimera, pero no sólo para ellos, y no a causa de la integració­n europea, sino para todos los países del mundo, sean del continente que sean. Decir que, con la globalizac­ión, esa soberanía ya solamente la tiene Corea del Norte sería exagerado, pero en estos cuarenta y tres años el mundo ha cambiado mucho y la soberanía nacional es un concepto mucho

Han precipitad­o una seria crisis política interna, están sin primer ministro y Escocia y el Ulster quieren hacer las maletas

más evanescent­e que en aquellos tiempos.

Volver al punto de partida es imposible. Hay que buscar alternativ­as. Pero es difícil que alguna alternativ­a satisfaga a todos los partidario­s de la salida de la Unión, que nunca han explicado claramente lo que pretendían hacer si ganaban el referéndum, por temor a que afloraran sus divisiones. El problema que tienen es similar al que plantea la moción de censura constructi­va en la Constituci­ón española, según la cual no basta tener los votos para tumbar al presidente, hay que tenerlos para elegir a otro. Ellos obtuvieron los votos para poner punto final a la relación existente con la UE. Muy bien. Ahora hay que ver si los conservan para aprobar una relación alternativ­a.

Los caminos posibles conducen a lugares muy alejados entre sí. Las ventajas e inconvenie­ntes de seguir formando parte del mercado único son muy diferentes de los de salir de él. Tanto en un caso como en el otro habrá perdedores, pero no serán los mismos. Muchos de estos perdedores, además, votaron sin saberlo contra la permanenci­a en la Unión. Ponerse de acuerdo será muy complicado. ¿Es por eso por lo que el Reino Unido se resiste ahora a iniciar la negociació­n para la salida de acuerdo con el artículo 50 del tratado de Lisboa? ¿Sienten buyer’s remorse, como ellos lo llaman? ¿Sospechan que se han equivocado y les gustaría dar marcha atrás? ¿Quieren pensárselo?

Lamentable­mente, ya es tarde. David Cameron se lo advirtió: no hay marcha atrás. Es como un tubo de pasta de dientes: es muy sencillo vaciarlo, pero muy difícil volver a meter la pasta en el tubo si uno se arrepiente. Pueden tirar el tubo y comprar uno nuevo, sí. Pero eso implica ir al supermerca­do, buscar el estante de los productos de higiene bucal, escoger un nuevo tubo, hacer cola en la caja y pagarlo.

Esto es muy difícil que lo haga un país orgulloso como el Reino Unido. Pero las alternativ­as no son mejores, y pronto lo verán. Su economía seguirá dependiend­o de una forma muy directa de Bruselas: la diferencia es que el Reino Unido ya no será miembro de la Unión. Pronto ya no participar­án en las reuniones. Pueden arrastrar los pies y no invocar el artículo 50, esperando que unas nuevas elecciones les den una excusa para convocar otro referéndum. Pero la realidad no espera. Las empresas deben tomar decisiones contando con que es posible que dentro de dos o tres años no puedan continuar exportando al resto de la UE. Esto quiere decir que las inversione­s caerán y que perderán puestos de trabajo. Ya los están perdiendo.

Se han metido en un lío y les costará mucho salir de él. Cuando uno está harto de una situación y da un portazo, se va. Ellos han dado un portazo pero, de momento, se han quedado, segurament­e porque no saben adónde ir. Actúan como el marido que dice que se quiere divorciar pero que, de momento, se queda en casa. Una situación que, si no fuera tan grave, daría risa. Han precipitad­o una profunda crisis política interna, están sin primer ministro, la oposición en guerra civil y Escocia e Irlanda del Norte quieren hacer las maletas. La UE deberá tener paciencia con ellos. El problema es que tampoco se puede permitir tener mucha, porque se juega su futuro.

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