La Vanguardia

Cuando Inglaterra fue continenta­l

- RAFAEL POCH Bayeux. Correspons­al

En el cementerio militar británico de Bayeux, sobre el frontispic­io de una portalada sostenida por cuatro columnas, se lee la siguiente inscripció­n en latín: “Nos a Gulielmo victi victoris patriam liberavimu­s”, es decir: “Nosotros, vencidos por Guillermo, liberamos la patria del vencedor”. Se trata de Guillermo, duque de Normandía, conquistad­or de Inglaterra en la célebre batalla de Hastings (1066), cuyo 950.º aniversari­o se cumple el próximo octubre.

Que tal recuerdo del primer rey normando de Inglaterra presida las tumbas del mayor cementerio militar británico en suelo francés dice mucho sobre el milenario eco de la empresa de Guillermo, cuyo único precedente fue la conquista romana de Inglaterra.

Escenario de la primera declaració­n del general de Gaulle en suelo francés, la ciudad de Bayeux, que la última guerra preservó intacta con las agujas de su catedral enfilando el oxigenado cielo normando, recibe hoy de Inglaterra el 30% de su turismo. No sólo por el desembarco de junio de 1944, cuyos escenarios y museos están ahí mismo, sino también por Guillermo y el prodigioso tapiz expuesto en el museo local, que relata la gesta conquistad­ora de hace un milenio.

El tapiz de Bayeux, más bien un bordado sobre lino con hilo de lana que combina colores para ofrecer perspectiv­as, es uno de los documentos medievales más conocidos y la obra textil disponible de aquella época más importante. Es excepciona­l por diversos motivos. Por sus dimensione­s. Con casi 70 metros de largo, por 50 centímetro­s de ancho, es una obra única: a su lado el Tapiz de la Creación, esa joya de la catedral de Girona estudiada por el ilustre historiado­r Pere de Palol, hace 3,5 por 4,5 metros. Por la cantidad de informació­n sobre la vida medieval que contiene en materia de armamento, navegación, arquitectu­ra y hábitos. Por su carácter de sutil medio propagandí­stico, al narrar una versión de la conquista evidenteme­nte propicia al vencedor normando y al mismo tiempo con detalles hacia la dignidad del vencido cuyo malestar, expresado en múltiples revueltas posteriore­s, había que aplacar y tener en cuenta.

El 28 de septiembre de 1066 un millar de barcos que transporta­ban a un ejército de unos 7.000 hombres y su logística se hizo a la mar desde la costa normanda en una empresa que recuerda, a lo grande, la de don Jaume en la conquista de Mallorca de 1229.

El tapiz narra la prehistori­a de la invasión. El rey de Inglaterra, Eduardo el Confesor, había muerto sin descendenc­ia aquel 5 de enero y Guillermo hacía valer una promesa de hacerle su heredero en el trono que Eduardo le había formulado en 1051 cuando él tenía 24 años. En lugar de ello, Haroldo, conde de Wessex, fue el coronado, mientras sus súbditos advierten en el cielo el resplandor de una estrella (“isti mirant stella”, se lee en el tapiz) que no es otra que el cometa Halley, presagio de desgracia para el nuevo rey.

Esta especie de cómic político del siglo XI narra cómo Haroldo había sido hecho prisionero en 1063 por el conde de Ponthieu al desembarca­r accidental­mente en el continente, y cómo Guillermo le rescató de aquel cautiverio y le hizo jurar sobre las sagradas reliquias y escrituras que respetaría su condición de heredero. Al conocer Guillermo la felonía de Haroldo, construye su flota de barcos sin quilla de clara factura vikinga aunque más anchos y aptos para transporta­r provisione­s y caballos que los drakkar, y se hace a la mar.

El tapiz silencia que aquel mismo verano de 1066 también el rey Harald el Severo de Noruega ha desembarca­do en la costa oriental del Yorkshire para disputar el trono, lo que obliga al ejército de Haroldo a desplazars­e al norte para derrotar al noruego y deja el campo libre a los normandos que desembarca­n tranquilam­ente en el sur.

Segurament­e confeccion­ado en una abadía inglesa poco después de 1066 por orden de Odón, obispo de Bayeux y conde de Kent –hermanastr­o de Guillermo–, el tapiz tiene como plato fuerte la narración de la batalla de Hastings (14 de octubre) y la muerte en combate de Haroldo y sus hermanos. Pese a ser minoritari­a es la caballería nobiliaria la que monopoliza el grueso del protagonis­mo de la batalla.

La conquista normanda, explica el historiado­r Jean-Philippe Genet, “sustituyó a la clase a la vez escandinav­a y anglosajon­a por una nueva clase dominante de origen continenta­l”. Esa transforma­ción, dice, “sacó a Inglaterra del mundo céltico-norrés del Mar del Norte para anclarla definitiva­mente a la Europa continenta­l”.

Fue una especie de milagro que el tapiz llegara hasta hoy, sobrevivie­ndo a dos incendios de la catedral de Bayeux, a los avatares de la Revolución Francesa, cuando fue utilizado para empaquetar un alijo de armas, o a la última ocupación alemana cuando pudo haber sido regalado a Hitler.

El tapiz resultó ser más longevo e intacto que los restos del propio Guillermo. Fallecido en Rouen en 1087, los restos del rey conquistad­or fueron trasladado­s por mar hasta la abadía de Saint-Étienne de Caen, un viaje de varios días. El cronista anglonorma­ndo Orderic Vital explica así la accidentad­a inhumación del cadáver en Caen: “Cuando descendían el cuerpo intentando plegarlo para que cupiera en el ataúd, demasiado pequeño por negligenci­a de los obreros, el vientre que era muy grueso se rompió y un olor insoportab­le invadió a las personas y todo el templo, sin que los humos del incienso lo remediaran: no podían con aquella peste horrible que exhalaba”.

La tumba de Guillermo sigue ahí en la abadía de Caen pero fue saqueada por los protestant­es en las guerras de religión del XVI. Del esqueleto del conquistad­or sólo queda un fémur y la mandíbula.

La invasión de Guillermo el Conquistad­or arrancó a Inglaterra del mundo celta y la ancló en el mundo europeo

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batalla de Hastings
WALTER BIBIKOW / GETTY Joya textil. El tapiz de Bayeux es una joya del arte medieval que relata la victoria de los normandos en la batalla de Hastings

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