Cuando Inglaterra fue continental
En el cementerio militar británico de Bayeux, sobre el frontispicio de una portalada sostenida por cuatro columnas, se lee la siguiente inscripción en latín: “Nos a Gulielmo victi victoris patriam liberavimus”, es decir: “Nosotros, vencidos por Guillermo, liberamos la patria del vencedor”. Se trata de Guillermo, duque de Normandía, conquistador de Inglaterra en la célebre batalla de Hastings (1066), cuyo 950.º aniversario se cumple el próximo octubre.
Que tal recuerdo del primer rey normando de Inglaterra presida las tumbas del mayor cementerio militar británico en suelo francés dice mucho sobre el milenario eco de la empresa de Guillermo, cuyo único precedente fue la conquista romana de Inglaterra.
Escenario de la primera declaración del general de Gaulle en suelo francés, la ciudad de Bayeux, que la última guerra preservó intacta con las agujas de su catedral enfilando el oxigenado cielo normando, recibe hoy de Inglaterra el 30% de su turismo. No sólo por el desembarco de junio de 1944, cuyos escenarios y museos están ahí mismo, sino también por Guillermo y el prodigioso tapiz expuesto en el museo local, que relata la gesta conquistadora de hace un milenio.
El tapiz de Bayeux, más bien un bordado sobre lino con hilo de lana que combina colores para ofrecer perspectivas, es uno de los documentos medievales más conocidos y la obra textil disponible de aquella época más importante. Es excepcional por diversos motivos. Por sus dimensiones. Con casi 70 metros de largo, por 50 centímetros de ancho, es una obra única: a su lado el Tapiz de la Creación, esa joya de la catedral de Girona estudiada por el ilustre historiador Pere de Palol, hace 3,5 por 4,5 metros. Por la cantidad de información sobre la vida medieval que contiene en materia de armamento, navegación, arquitectura y hábitos. Por su carácter de sutil medio propagandístico, al narrar una versión de la conquista evidentemente propicia al vencedor normando y al mismo tiempo con detalles hacia la dignidad del vencido cuyo malestar, expresado en múltiples revueltas posteriores, había que aplacar y tener en cuenta.
El 28 de septiembre de 1066 un millar de barcos que transportaban a un ejército de unos 7.000 hombres y su logística se hizo a la mar desde la costa normanda en una empresa que recuerda, a lo grande, la de don Jaume en la conquista de Mallorca de 1229.
El tapiz narra la prehistoria de la invasión. El rey de Inglaterra, Eduardo el Confesor, había muerto sin descendencia aquel 5 de enero y Guillermo hacía valer una promesa de hacerle su heredero en el trono que Eduardo le había formulado en 1051 cuando él tenía 24 años. En lugar de ello, Haroldo, conde de Wessex, fue el coronado, mientras sus súbditos advierten en el cielo el resplandor de una estrella (“isti mirant stella”, se lee en el tapiz) que no es otra que el cometa Halley, presagio de desgracia para el nuevo rey.
Esta especie de cómic político del siglo XI narra cómo Haroldo había sido hecho prisionero en 1063 por el conde de Ponthieu al desembarcar accidentalmente en el continente, y cómo Guillermo le rescató de aquel cautiverio y le hizo jurar sobre las sagradas reliquias y escrituras que respetaría su condición de heredero. Al conocer Guillermo la felonía de Haroldo, construye su flota de barcos sin quilla de clara factura vikinga aunque más anchos y aptos para transportar provisiones y caballos que los drakkar, y se hace a la mar.
El tapiz silencia que aquel mismo verano de 1066 también el rey Harald el Severo de Noruega ha desembarcado en la costa oriental del Yorkshire para disputar el trono, lo que obliga al ejército de Haroldo a desplazarse al norte para derrotar al noruego y deja el campo libre a los normandos que desembarcan tranquilamente en el sur.
Seguramente confeccionado en una abadía inglesa poco después de 1066 por orden de Odón, obispo de Bayeux y conde de Kent –hermanastro de Guillermo–, el tapiz tiene como plato fuerte la narración de la batalla de Hastings (14 de octubre) y la muerte en combate de Haroldo y sus hermanos. Pese a ser minoritaria es la caballería nobiliaria la que monopoliza el grueso del protagonismo de la batalla.
La conquista normanda, explica el historiador Jean-Philippe Genet, “sustituyó a la clase a la vez escandinava y anglosajona por una nueva clase dominante de origen continental”. Esa transformación, dice, “sacó a Inglaterra del mundo céltico-norrés del Mar del Norte para anclarla definitivamente a la Europa continental”.
Fue una especie de milagro que el tapiz llegara hasta hoy, sobreviviendo a dos incendios de la catedral de Bayeux, a los avatares de la Revolución Francesa, cuando fue utilizado para empaquetar un alijo de armas, o a la última ocupación alemana cuando pudo haber sido regalado a Hitler.
El tapiz resultó ser más longevo e intacto que los restos del propio Guillermo. Fallecido en Rouen en 1087, los restos del rey conquistador fueron trasladados por mar hasta la abadía de Saint-Étienne de Caen, un viaje de varios días. El cronista anglonormando Orderic Vital explica así la accidentada inhumación del cadáver en Caen: “Cuando descendían el cuerpo intentando plegarlo para que cupiera en el ataúd, demasiado pequeño por negligencia de los obreros, el vientre que era muy grueso se rompió y un olor insoportable invadió a las personas y todo el templo, sin que los humos del incienso lo remediaran: no podían con aquella peste horrible que exhalaba”.
La tumba de Guillermo sigue ahí en la abadía de Caen pero fue saqueada por los protestantes en las guerras de religión del XVI. Del esqueleto del conquistador sólo queda un fémur y la mandíbula.
La invasión de Guillermo el Conquistador arrancó a Inglaterra del mundo celta y la ancló en el mundo europeo