El retorno del miedo
Cuando se comentan los méritos de la transición, siempre aparece una voz crítica que pone el acento que cree amargo: “… y el miedo”, dice como gran aportación intelectual. Y tiene razón: el miedo jugó un papel básico en todo el proceso constituyente. El miedo era la memoria del pueblo para no repetir una historia cruel y fratricida. El miedo era el recuerdo de los espadones que no hicieron más que crear dictaduras a lo largo de dos siglos. El miedo era lo que quedaba de la posguerra, con sus hambres, sus exilios, sus cárceles y sus fusilamientos. Y ese miedo fue la base del éxito de la reforma política, del abrazo de las dos Españas, de la descentralización del Estado y del consenso constitucional. El miedo a repetir la historia es lo que hizo que la historia no se repitiese.
Y ahora el miedo ha vuelto como instrumento político, pero es un miedo distinto: es un miedo a perder lo que se tiene, a pesar de todas las desigualdades, injusticias y umbrales de pobreza. Es el factor que decide unas elecciones; en concreto, las elecciones del 26 de junio. “Miedo puede ser la palabra de 2016”, escribíamos en estas mismas páginas en fecha tan temprana como el 3 de enero de este año, hace seis meses. Mariano Rajoy montó su estrategia sobre dos tipos de voto: el útil para combatir a Ciudadanos y el del miedo para asustar con la llegada de “los extremistas”. “O yo o los extremismos”, venía a decir en sus mítines. Fuera de él y de su partido sólo había radicalismo, paro, rescate, destrucción de todo lo bueno, marcha atrás y quizá cambio de régimen. Y le funcionó.
Le funcionó en triple sentido: le permitió mejorar sus propios resultados sin hacer ninguna aportación nueva de programa. Le permitió que las reflexiones de última hora hicieran elegir entre “lo malo conocido y lo bueno por conocer”, como sospechaban las empresas demoscópicas en sus análisis no publicados. Y le permitió distanciarse en apoyo social de todos sus competidores y asestar a Podemos un golpe que lo dejó sobre la lona, sonado como un boxeador que no entiende por qué lo han derribado. Ese es el auténtico triunfo de Rajoy. Pablo Iglesias no lo reconocerá nunca, pero sí tuvo que reconocer ayer que el miedo hizo que los mismos que prometían votarle en las encuestas le retirasen el voto en las urnas. Se le podría aplicar un viejo chascarrillo periodístico madrileño: “a Fulano (pongamos Pablo Iglesias) le dejaremos llegar al Metro de Moncloa, pero ni un paso más”. Eso hizo el electorado con Podemos. Creo que no hacen falta los análisis de Carolina Bescansa.
Lo que sí necesita analizar ahora toda la izquierda, y no sólo Podemos, es por qué el voto del miedo funciona contra ellos. Mejor dicho: por qué inspiran miedo, a poco que se instigue desde el poder. ¿Es por su política económica? ¿Es porque sugieren un cambio de régimen? ¿Es porque se muestran intervencionistas y excluyentes en su entendimiento de las tareas de gobierno? ¿Es porque sus palabras sobre la justicia, por ejemplo, anuncian su sistema totalitario? Sería útil que lo pensaran. Desde el miedo jamás alcanzarán pacíficamente el poder.