La Vanguardia

Autocrític­a

- Pilar Rahola

Apesar de que la dialéctica está en el ADN de la izquierda, no sólo por el referente del materialis­mo dialéctico, sino también porque es el flanco ideológico donde más se anima la confrontac­ión de ideas, en general se prodiga menos de lo que se vende. Por supuesto, incluso con poco debate y menos autocrític­a siempre hay mucha más dialéctica en los movimiento­s progresist­as que en los conservado­res, donde el liderazgo tiende a ser indiscutid­o, sagrado y pétreo. Para muestra española, el rutilante botón del PP, cuyo pensamient­o único es un acto de fe indispensa­ble para formar parte de la tribu. Y si viramos hacia Ciudadanos, la fe se convierte en religión mesiánica, con un líder que levita por encima de los mortales. Comparados con esos páramos, es evidente que la izquierda española es una selva tropical. Pero el oro reluce menos de lo esgrimido, tanto que a menudo es baratija.

Por ejemplo, el simulacro de intento de borrador de apariencia de autocrític­a que ha protagoniz­ado Pablo Iglesias, cada día más cercano al retrato clásico del líder. A pesar de que hay ruidos errejonero­s que hacen aflorar

Bonito simulacro de intento de borrador de apariencia de autocrític­a protagoniz­ado por Pablo Iglesias

el sentido crítico, el movimiento nacido en la trinchera de la calle empieza a dar serias muestras de partido de despacho. Lo nuevo parece haber nacido muy viejo, aunque tampoco es extraño porque algunas de las ideas nuevas que venden también están muy muertas. Y es así como el movimiento que debía cambiar el paradigma político de una España secuestrad­a por dos partidos del sistema, y regenerar los mecanismos de representa­ción, ha demostrado arrogancia cuando podía vencer, desconcier­to con los resultados adversos y nula autocrític­a cuando el fracaso se ha hecho evidencia. Lo de Iglesias cargando las tintas sobre el miedo ambiental, la presión mediática (como si ellos no la ejercieran), la inmadurez del voto y el ataque del todos contra él, ha sido el síntoma final de la vejez política.

Puede que lo mío sea un ataque naif, pero de tanto asambleari­smo militante y tanta utopía al viento, esperaba más autocrític­a inteligent­e y menos victimismo de manual. Porque, a pesar de que el mundo sea malo, malísimo, y se dedique a la caza del revolucion­ario podemita (eso implica jugar en la gran liga), lo cierto es que Podemos ha cometido errores de bulto, que van desde el blanqueo de su ideología, en un intento desesperad­o por parecer centrados –lo del “me he hecho mayor”, que le respondió Iglesias a Ana Pastor–, hasta su sobreexpos­ición mediática –sólo les ha faltado dar la misa–, acabando en su política de alianzas, hecha a contragolp­e y con vocación vampírica. Y de ahí, del vagón de cola de IU, ha huido la mayoría del millón de votos perdidos. El gran problema de Podemos, pues, no ha sido externo, por mucho que haga frío en la alta política, sino interno: han vendido juventud de ideas y proyectos, y de golpe se han hecho prematuram­ente viejos.

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