La Vanguardia

Swing jocoso

- RAMON SÚRIO

Cerca de cumplir 80 años Paolo Conte sigue aferrado a su personaje, huraño y a la vez simpático, con un savoir faire que imbrica de manera natural su música a varios estilos hasta otorgarle un sello inconfundi­ble. Arropado por un nutrido grupo de veteranos que se saben al dedillo sus canciones, los conciertos del piamontés son una gozada de principio a fin recorriend­o su particular mundo de candilejas.

Son canciones que forman parte del imaginario popular y desde que entona los beodos versos de Ratafià te atrapa en su mundo de jazz a media luz, con un swing que acude de manera invariable a las onomatopey­as del scat en melodías de gran poder evocador. Atacando su piano como si estuviera en un bar a altas horas de la noche, cuando los licores han hecho olvidar las letras y hay que recurrir al “ba da di bu dá” para apuntalar el clásico Sotto le stelle del jazz.

Jugando con las palabras en un Come di que habla con ironía de la comedia de la vida a ritmo manouche, con tres guitarrist­as jugando a ser Django Reinhardt y el contrapunt­o de la sección de vientos a la manera de Nueva Orleans, mientras él sopla su emblemátic­o mirlitón. Sólo dirige la palabra al público para presentar a los músicos, pero no tiene problemas en mostrarse jocoso, como cuando en Diavolo rosso imita con sus brazos el aleteo de un pájaro o en Via con me alterna en la misma estrofa “it’s wonderful” con “chip chips da bi du bi dú”. Otra cumbre celebrada es Dancing, espoleado por el chispeante ritmo de las congas.

No faltaron los momentos reflexivos con Alle prese con una verde milonga, el intimismo de Snob, la melancolía con acordeón de Recitando, el aire de bolero de Gioco d’azzardo o la chanson Le chic et le charme. Tampoco una original salida de tono, con un Max rubricado por teclado minimalist­a y marimba, ni un final exótico a lo Xavier Cugat con Tropical, demostrand­o que aunque lleve tiempo repitiéndo­se resulta siempre atractivo.

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