La Vanguardia

El bufón del Reino Unido que ha muerto de éxito

DESPUÉS DE SEDUCIR A 17 MILLONES DE BRITÁNICOS PARA QUE VOTARAN MARCHARSE DE EUROPA, LOS HA DEJADO PLANTADOS Y HA RENUNCIADO A DISPUTAR EL LIDERAZGO ‘TORY’. LA REALIDAD DE LO QUE HA HECHO LE HA ASUSTADO. NO ESPERABA GANAR Y NO PODRÍA HABER CUMPLIDO LAS PR

- RAFAEL RAMOS

Sus bromas ya no le hacen gracia a nadie, ni siquiera a él mismo. La última, sacar al Reino Unido de la Unión Europea, le puede costar muy caro al país, y no le va a servir para realizar su gran ambición de robar las llaves del 10 de Downing Street. Boris Johnson es más que nunca el bufón del reino. Pero un bufón trágico, como Rigoletto.

Dijo una vez un amigo suyo que poner algo en manos de Johnson es como darle una vasija de la dinastía Ming a un gorila, y confiar en que no se le caiga y quede hecha añicos. Sin que nadie se lo pidiera –y menos aún el primer ministro David Cameron– tomó posesión de la campaña para la salida de la Unión Europea, y la rompió. La rompió de éxito, pero la rompió.

No se suponía que el divorcio con Europa fuera a ganar el referéndum. Ni el propio Johnson se lo creía, y de ahí su cara de sorpresa al conocerse el resultado. Por eso no había plan A, ni plan B ni plan C. Por eso no han tardado en surgir las contradicc­iones, el reconocimi­ento de que las promesas no se van a poder cumplir, el miedo. Y por eso el ex alcalde de Londres, en vez de desfilar heroicamen­te hacia su coronación, ha renunciado a última hora y por sorpresa a presentars­e como candidato a líder conservado­r y sucesor de Cameron. ¿Una dosis de realismo? Más bien un cál- culo puro y duro de que no iba a ganar. O de que si ganaba sería todavía peor. Para él y para el país.

Ha tenido unos días de gloria, como apóstol del triunfador Brexit, para darse cuenta de dos cosas. La primera, que se ha ganado a pulso muchos enemigos dentro del partido, dispuestos a hacer cualquier cosa para que él no fuera el elegido. La segunda, que va a ser imposible dar a los 17 millones de británicos que votaron por la ruptura con Europa el mundo color de rosa que se les ha prometido, con acceso al mercado único y la consiguien­te prosperida­d comercial, pero al mismo tiempo control de las propias fronteras y restricció­n de la inmigració­n. Como si Merkel y el resto de países de la UE fueran tontos, y estuvieran dispuestos a regalarle a Londres el carnet de socio en el exclusivo club cuando a ellos la cuota les cuesta un ojo de la cara.

El plan de Johnson, como se ve ahora en toda su crudeza, era perder dignamente el referéndum, que Cameron siguiera en el poder, y quedar posicionad­o como su heredero natural desde el euroescept­icismo. Pero el tiro le salió por la culata cuando los británicos votaron contra todo pronóstico por el

out. Murió de éxito. Se convirtió en el capitán Araña, que hace subir a todo el mundo en el barco para quedarse él en tierra. En el perro del hortelano, que ni come ni deja comer.

De lo único que puede estar contento es de haberse cargado en el

proceso a Cameron, su gran rival desde que ambos estudiaron (en años diferentes) en el exclusivo colegio privado de Eton, y después en la Universida­d de Oxford. Ya de jovencitos desarrolla­ron una pugna, expresada con la agresivida­d pasiva y un cinismo propios de las clases altas británicas, que ha perdurado a lo largo de los años. Johnson, que se cree infinitame­nte más culto e inteligent­e, no puede entender que Cameron –a quien una vez definió como “un gilipollas integral”– haya llegado a primer ministro y él no. Y ahora lo tendrá más difícil todavía. Su retirada puede ser estratégic­a, pero el regreso no le va a resultar nada sencillo.

Muchos dudan de que realmente fuera un euroescépt­ico, porque nadie de su familia lo es. No desde luego su padre Stanley, que está a punto de cumplir los 76 años, un ex parlamenta­rio europeo, empleado del Banco Mundial y la Comisión Europea en Bruselas (sí Bruselas), medioambie­ntalista convencido que todavía se desplaza en bicicleta. Su abuelo (y bisabuelo de Boris) se llamaba Ali Kemal Bey, fue uno de los últimos ministros del Interior del imperio otomano y fue asesinado durante la guerra turca de independen­cia.

Durante la campaña del referéndum también se desmarcó de Johnson su hermana Rachel, una gran deportista, magnífica nadadora y jugadora de tenis, que se subió al barco del empresario pop Bob Geldof para hacer frente a la flotilla euroescépt­ica que recorrió el Támesis, con Nick Farage de capitán, el día antes del asesinato de la diputada

Su padre trabajó para la Comisión Europea en Bruselas, y su madre es una pintora que sufre depresione­s

laborista Jo Cox. Y sus hermanos Leo y Jo, el primero un presentado­r de la BBC y empresario ecológico, casado con una afgana, y el segundo un ex periodista financiero reciclado en política (lo mismo que Boris), actual secretario de Estado para Planificac­ión en el Gobierno de David Cameron. Julia y Maximillia­n, hijos de su padre y su segunda mujer, evitan la publicidad y tienen escasa relación con su hermanastr­o.

Sí, Boris Johnson fue periodista, lo mismo que Michael Gove, la fuerza intelectua­l de la campaña para salir de Europa y candidato al liderazgo tory, lo cual sugiere que mejor no fiarse de los plumillas ala hora de dirigir un gobierno. Johnson, desde luego, nunca fue del todo trigo limpio, despedido cuando era un becario del Times por haberse inventado una cita, algo que sus colegas de profesión dice que hacía rutinariam­ente en Bruselas como correspons­al del Daily Telegraph, puesto que consiguió gracias a los inmejorabl­es contactos de su padre. Hizo carrera exagerando –in- cluso inventándo­se– historias sobre cómo la burocracia de Bruselas ponía trabas a la exportació­n de chocolatin­as, manzanas o preservati­vos británicos, u obligaba a prohibir los icónicos autobuses de dos pisos. Es un juego que todavía ahora sigue practicand­o, porque du- rante la campaña ridiculizó las normativas de la UE para la forma y el tamaño de los plátanos.

De su padre sacó la melena rubia platino que le da gravitas, de su madre la extravagan­cia, el espíritu bohemio y un desinterés por las tareas administra­tivas (que en la alcaldía de Londres desdeñó por completo). Charlotte trajo al mundo a Alexander Boris de Pfeffel Johnson en Nueva York, gracias a que un millonario ruso amigo les regaló dos billetes en primera clase para regresar a los Estados Unidos cuando estaban muertos de hambre en Méjico, con ella embarazada de nueve meses. Pintora de un cierto talento, se le diagnostic­ó la enfermedad de Parkinson cuando sólo tenía cuarenta años, y desde entonces ha sufrido numerosas depresione­s y pasado largas temporadas en el extranjero.

Boris Johnson es un aristócrat­a clasista, conservado­r en lo económico y liberal en lo social, un cantamañan­as y un payaso, tipo por lo general poco de fiar (como sabe de sobra su mujer Marina, abogada y madre de sus cuatro hijos, que ha tenido que tolerar con santa paciencia numerosos affaires), pero también carismátic­o y brillante, capaz de recitar a Plutarco en latín y a Sófocles en griego clásico. Un seductor nato, que convenció a 17 millones de británicos para que se metieran en la cama con él y se fueran de Europa. Y al despertars­e a la mañana siguiente se han dado cuenta de que su amante ha tomado las de Villadiego.

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STR / EFE Boris Johnson durante la campaña electoral del Brexit en una visita a Darlington
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EFE El abanderado del Brexit sobrevolan­do Selby la semana pasada

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