Pero que muy vascos
Sin ellos la alta cocina no sería como es hoy. Así presentaron el miércoles, en la final del programa Masterchef, a los cocineros invitados que tenían que ayudar a los jueces del programa a decidir el mejor menú de los finalistas. (Y ganó Virginia, con su orgullo de ama de casa, su baño de lágrimas, su hermana gemela, sus hijos y la mirada de resignación de quienes hubieran preferido retirar de su puesto de lavaplatos a su contrincante, Ángel).
Se referían nada menos que a Juan Mari Arzak, Pedro Subijana y Martín Berasategui, con cuya presencia el programa celebraba el cuarenta aniversario de la nueva cocina vasca, el movimiento culinario que hizo que llegaran aires de modernidad a los fogones españoles. Fue gracias al empeño de un grupo de donostiarras, que fueron de pueblo en pueblo provistos de cazuelas e ideas frescas. Querían romper barreras, como estaban haciendo los maestros franceses de la nouvelle cuisine, y en su caso defender su cultura y su tierra.
¿Qué queda de aquel capítulo de la historia de la gastronomía, que precede a la revolución que se gestaría en la cala Montjoi? En primer lugar quedan los protagonistas, que siguen teniendo claro que lo primero es Euskadi, por encima de cuestiones personales, profesionales o de negocio. Lo pensaba una mientras veía en la tele, a esas horas de la noche, a Jose Mari Aizega, director general del Basque Culinary Center (uno de los premios es un curso en sus aulas), aprovechando la ocasión para recordar a la audiencia que la suya es la primera universidad de Ciencias Gastronómicas del mundo. Apenas hace unas semanas, cuatro restaurantes vascos (dos guipuzcoanos y dos donostiarras) revalidaban su presencia en la lista de los 50 mejores del mundo. Si hubiera un premio a los cocineros que mejor defienden los colores de su camiseta, se la llevarían los cocineros vascos.