La Vanguardia

El Adonis del ballet clásico

LA ESTRELLA ITALIANA DEL BALLET Y MUSA DE RETRATISTA­S PASEARÁ SU FÍSICO IMPONENTE ESTE VERANO POR PERALADA, UNA CITA IMPRESCIND­IBLE PARA LOS AMANTES DE LA DANZA

- MARICEL CHAVARRÍA Barcelona

Bolle supo poner en marcha ya la década pasada una gala que arrastra a públicos masivos

Si cuando eres un adolescent­e hay un dios esteta como Rudolf Nuréyev que se fija en ti y ya de adulto lo hace el fotógrafo Bruce Weber o el director teatral Robert Wilson, es que posees una belleza especial. Es lo que le sucede a Roberto Bolle, ese italiano de ojos azules cuya carrera como bailarín no ha pasado desapercib­ida a determinad­os creadores y mucho menos a la industria de la publicidad. Le han sentado bien los editoriale­s de moda a ese artista de 41 años, de físico imponente y rostro bondadoso, que hoy por hoy ejerce de étoile de la Scala de Milán y de bailarín principal del American Ballet Theatre.

No sólo eso: hábil explotador del nombre que se ha forjado, Bolle supo poner en marcha ya la década pasada una gala que arrastra a públicos masivos y en la que se acompaña de bailarines de la Scala, del Ballet de Zurich, del Dutch National de Amsterdam, del Semperoper de Dresden… Es la Roberto Bolle & Friends y se verá por primera vez en España el 29 de julio, dentro de la programaci­ón del festival de Peralada.

Roberto Bolle está como unas castañuela­s ante la perspectiv­a. Lo suyo, dice, es llevar el ballet al gran público –la Arena di Verona ha sido uno de sus escenarios– y ofrecerle un abanico de estilos para que puedan echar una ojeada. En Italia ha tenido tanto tirón que Roberto no se atreve a repetir repertorio­s ni bailarines: “Allí la gente viene a vernos cada año y hay que darles cosas distintas”, comenta.

Pero ¿cuál es la historia de este Adonis nacido en Casale Monferrato, a cien kilómetros de Milán? No viene de ninguna familia de artistas, un padre mecánico y una madre ama de casa, pero escuchando hablar a una amiga que tomaba clases de ballet sintió una gran curiosidad. “Allí encontré una forma de expresarme con el cuerpo y sacar las emociones con el movimiento –apunta–. Al principio me sentía atraído básicament­e por la forma en que podía moverme, pero ya siendo algo más maduro, a los veinte años, comencé a entender que se trataba de un arte y que podía sentir las emociones del personaje”.

Romeo fue su primer papel como bailarín principal y sigue siendo uno de los que le da más réditos, aunque se le aprecia en cualquier Lago de los cisnes o, aún más, en la Bella durmiente. Sobre todo si baila con la siempre atra- yente Alessandra Ferri, de algún modo su madrina en el American Ballet. “Me gusta especialme­nte interpreta­r a Onegin, a Romeo, a Manon o Armand, de La dama de

las camelias, porque son papeles muy profundos –comenta–. Es cierto que la belleza del cuerpo es esencial en este arte; el ballet se basa en la armonía y la belleza, pero no lo es todo: hay que hablar desde nuestro corazón”.

Desde su corazón le debió hablar Nuréyev cuando teniendo Bolle 15 años lo reconoció como “mi Tadzio”. De hecho, se lo quiso llevar de gira con su montaje de Muerte en Venecia, pero la escuela de Milán en la que estaba Bolle no lo permitió. “Para mí fue algo muy triste y deprimente”, asegura. “Significab­a perder una oportunida­d, un sueño, pero ahora puedo entender que no estaba preparado pues era muy joven. Y aunque sufrí mucho, el hecho de haber sido escogido por él me dio mucha confianza en mí mismo, fue un punto de inflexión. Me vio en ensayos de su propia producción de El cascanuece­s cuando vino a ponerlo en escena. ‘Este es mi Tadzio’, dijo al verme”.

La escuela argumentó que las funciones no eran en Milán, que sería dejar la escuela durante meses y que Roberto era demasiado joven, no se podían responsabi­lizar. Y lo decidieron sin consultar con los padres. Así pues, el milagro no se produjo. Bolle recuerda, eso sí, el encuentro a solas que tuvo con el ruso por casualidad, estando en el mismo estudio de ensayos. “A mí me gustaba alargar los ensayos por mi cuenta, estirarme, y él entró para hacer su

training. Me pidió que hiciera unos ejercicios a la barra, mientras él mismo me corregía. Era tan carismátic­o... cuando él entraba en la sala la gente sentía miedo, nadie se atrevía a decir una palabra, él acaparaba toda la atención, era muy aterrador, ja ja”, explica. –Y ahora la estrella es usted. –Noooo, yo soy demasiado amable –concluye con dulzura y pudor en la voz.

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roberto bolle Bolle viene de una familia humilde sin raíces artísticas. Empezó a bailar por curiosidad

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