No sabes quién soy
La gente suele transformarse en las redes sociales. No sé qué tienen Twitter o los foros, pero a menudo sacan lo peor de cada uno. Pasa un poco como con los coches. Personas que parecen agradables en la vida real dan rienda suelta a la mala educación y la agresividad cuando se sientan al volante o frente al ordenador. ¿Por qué sufren esta extraña mutación? (Es algo que siempre me ha intrigado y espero que algún día la psicología lo investigue). Por fortuna el mundo off line resulta algo más civilizado: los matones de internet se repliegan en el cara a cara, reservando su incontinencia verbal para los mensajes digitales. Fuimos testigo de ello no hace mucho. Tras publicar un artículo que cuestionaba la estrategia política de un partido, recibimos algún epíteto malsonante a través de la red por parte de un conocido señor. La casualidad quiso que encontráramos a esa misma persona al día siguiente en la presentación de un libro. Nos dirigimos hacia él y le saludamos: “Hola, ¿sabes quién soy?”. Se quedó blanco.
Pero no siempre se presenta la oportunidad de mirar a los ojos a estos bravucones. Y si el volumen de mensajes destructivos es además alto, cualquiera puede sentirse aturdido. Es el caso de personajes populares como la cantante Sia. Esta semana ha sido noticia que la australiana mostrara su rostro sin querer durante un concierto. Hace años decidió taparse la cara en público para que nadie la reconozca por la calle y, sobre todo, escapar de los miles de insultos que recibía día tras día a través de la red, la mayoría referentes a su físico. Por ello la han tachado de extravagante. A ella. De los que se han dedicado a atacarla porque sí nadie dice nada.