Easterhouse busca una salida
Retrato de uno de los barrios más pobres del Reino Unido, donde el sí a la independencia y el no al ‘Brexit’ van de la mano
El Grier’s, un pub en Easterhouse en las afueras antaño obreras de Glasgow, se parece mucho a un pub en el norte postindustrial de Inglaterra, como Rochdale o Newcastle o el sur de Gales. El mismo olor a cerveza pasada. Las mismas patatas fritas sabor a bacon ahumado. La misma diana de dardos. Los mismos hombres de mirada perdida. Las mismas conversaciones sobre las vacaciones en Benidorm. Los mismos recuerdos de aquellos tiempos antes de la señora Thatcher, de la minería y la British Steel (en Easterhouse, la siderúrgica Ravenscraig daba trabajo de salario digno a más de 13.000 personas). Y fuera en la calle, bajo la lluvia gris, los mismos niños de chándal, zapatillas baratas, y cara pálida esperando el autobús que no llega.
Easterhouse es, socialmente, uno de los puntos críticos del Reino Unido. Uno de cada cuatro habitantes vive en condiciones de pobreza en Glasgow, la más alta del Reino Unido, y aquí son más. La esperanza de vida en barrios como Easterhouse, sólo 69 años, es la más baja de Europa occidental. El 55% de los niños en los barrios más marginados de Glasgow viven en la pobreza (frente al 10% en un distrito opulento como Hillhead). Hay menos paro que en España pero el trabajo está tan mal remunerado que el 52% de los pobres en Glasgow trabajan.
Sólo que hay una diferencia entre la post working class en Easterhouse y la del norte de Inglaterra y Gales del sur... En Rochdale o Cardiff, la protesta pasa por salir de la UE y el voto pro Brexit ascendió al 65%. En Easterhouse, en cambio, el deseo de escapar pasa por romper las cadenas con el Reino Unido. Sólo uno de los parroquianos del pub Grier’s había votado por salir. El 56% de los habitantes de los barrios del este de Glasgow votó Remain. No tanto como el 78% en Hillhead. Pero mucho más que sus compañeros de la maltrecha clase obrera al sur de la frontera. Incluso los pro Brexit en Easterhouse son diferentes. “Yo voté por salir en el referéndum de la UE y voté por la independencia. ¿Por que? Porque le di el voto a mi hijo; que quiere salir de todo”, dice George Thomson, sesenta y pico años.
Easterhouse es el barrio más icónico de los ex feudos laboristas en Glasgow que, en un momento determinado de la campaña del referéndum en el 2014, de repente, decidió que el futuro pasaba por la independencia. “Existe el mismo descontento subyacente en Escocia y los pueblos desindustrializados del norte de Inglaterra”, dijo Dan Wray del grupo independentista Common Weal en Glasgow. “La diferencia es que en el norte de Inglaterra, la gente no tiene a donde ir. En Escocia, ven la independencia como una fuente de esperanza”.
Hay otra diferencia importante. Sólo el 4% de la población escocesa pertenece a comunidades de inmigrantes. Nadie, ni tan siquiera las ediciones locales de diarios xenófobos como el Daily Mail o el Daily Express, trató de convertir el referéndum en una votación sobre la inmigración. Hasta 50.000 polacos han llegado desde mediados de la década pasada en un intento por desactivar una bomba de relojería demográfica en un país generalmente despoblado. “No hay polémica en torno a la inmigración y no hay nostalgia por el imperio”, cuenta Andrew Tickell. Este catedrático de derecho de la Universidad Caledonia Glasgow expone sus ideas en el Pot Still, un pub en el centro de Glasgow rebosante de gente corriente de edad avanzada donde la amplia gama de whiskys de malta no es un alarde de consumo ostentoso sino la copa de cada día. ¿Cómo votaría esta gente? “La mayoría Remain; y todos independentistas”, expone Tickell.
Otras regiones típicas de la desindustrialización escocesa confirman la diferencia. En Lanarkshire, donde se sitúa Ravenscraig, el 72% votó en favor de quedarse. En Leith, las afueras obreras de Edimburgo, donde Irvine Welsh ambientó Trainspotting, menos del 30% apoyó el Brexit. Con todo, un garbeo por Leith demuestra que los estereotipos jamás valen donde coinciden tantas identidades. “Yo entiendo el voto Brexit porque demasiada gente ha venido aquí, de Polonia, de Rumanía y no hay suficientes puestos de trabajo”, dice el dueño de un pequeño restaurante en el viejo puerto. “Voté contra la independencia de Escocia en el 2014 pero puedo cambiar de opinión si hay un segundo referendo”, añade con deje escocés mientras acerca un plato de dulces turcos. Se llama Ali Truva, es oriundo del este de Turquía, está casado con una escocesa con tres hijos y reside en Leith desde hace 25 años.
Al igual que Ali, muchos escoceses que votaron contra la independencia en el 2014 dicen que pueden cambiar de opinión tras el referéndum sobre el Brexit. “Hay gente que pensaba que era más cosmopolita oponerse a la independencia; ya no”, explica Tickell. La independencia ya puede ser la única opción sensata y responsable.
Queda por ver si eso es compatible con la búsqueda de una salida de emergencia en Easterhouse. Los de las filas independistas no lo tienen claro: “Están empezando a convertir la independencia en una operación neoliberal; quieren que los bancos y las sedes de las multinacionales en Londres vengan a Edimburgo”, se lamentó Robin McAlpine, otro líder de Common Weal. “¿Pero cómo resolveremos así el problema de la desigualdad?”
Muchos escoceses que votaron contra la independencia dicen que pueden cambiar de opinión tras el ‘Brexit’