Roig y Capmany, a clase
Las celebraciones mortuorias suelen ser del gusto de los organismos oficiales mucho más proclives a festejar cumplemuertes que cumpleaños, ya que parece condición necesaria que entre la muerte del personaje ilustre y ese no cumpleaños medie tiempo. Podría parecer que las entidades u organismos convocantes quisieran asegurarse de que el muerto no resucitará y demostrar ante todos que su pervivencia depende en exclusiva de quienes están dispuestos a rendirle homenaje.
Ironías aparte, se tiende a considerar que el lapso transcurrido entre el fallecimiento de tal o cual personalidad eminente y su posterior conmemoración es absolutamente imprescindible para evaluar con perspectiva sus méritos. Sólo esa distancia podrá otorgarnos una visión no mediatizada ni subjetiva. Vivos ilustres hubo, hay y los habrá que nunca alcanzaron ni alcanzarán jamás la categoría de ilustres difuntos. Nadie, post mórtem, les ofrecerá el simbólico pastel de celebración que reúna en torno a la mesa conmemorativa a selectos oficiantes del rito de apagar las velas ajenas, especialistas en elegías funerarias, abundantes aún hoy en el mundillo cultural por muy en decadencia que esté.
Este año 2016 es pródigo en conmemoraciones. A los setecientos años de la muerte de Llull, hay que añadir los cuatrocientos de las muertes de Cervantes y de Shakespeare, dos canónicos autores internacionales. Los tres han contado con fastos. Según el grado de aptitud cultural de cada gobierno, el termómetro del homenaje ha subido o bajado. El hoy políticamente difunto Cameron cumplió bien escribiendo, quizá mandando escribir en su nombre, sobre Shakespeare y difundiendo el artículo en medios internacionales. En cambio ni Rajoy ni Puigdemont, que yo sepa, han dedicado texto alguno a Cervantes o a Llull. Quizá es mejor que no nos decepcionen tomándose la molestia. Además ambos escritores están siendo recordados, mal que bien, por las instituciones. De ahí que en las páginas de La Vanguardia apareciera un artículo de título provocador: “Menos Llull y más Roig” de Maria Àngels Cabré, quejándose de que, tanto el vigésimo quinto aniversario de la muerte de Montserrat Roig, que tendrá lugar el próximo 10 de noviembre, como el de su nacimiento, el pasado 13 de junio, del que acaban de cumplirse setenta años, cuenten con escaso caudal celebratorio. Cabré también se dolía del poco caso que se suele hacer a las mujeres escritoras, vivas o muertas, algo de lo que desde hace tiempo viene lamentándose en sus libros, con razón. Al respecto puedo añadir que este mismo 2016 se celebran igualmente veinticinco años de la muerte de una pionera del feminismo, profesora de Roig en el Instituto del Teatro, la también escritora Maria Aurèlia Capmany, sin que apenas se la recuerde. Algo que sus amigos durante los años inmediatamente posteriores a la muerte de ambas trataron de que no ocurriera. Gracias a aquellas conmemoraciones Maria Aurèlia y Montserrat regresaron a la vida efímera de unas líneas impresas, recuperaron un breve espacio en los medios de comunicación, espacio que, de otro modo, nadie les hubiera devuelto, pese a colaborar en ellos, en especial Roig. Sus programas en la televisión, desde Personatges hasta Los padres de nuestros padres , y sus colaboraciones en la radio la convirtieron en famosa. Sus artículos, brillantes e intensos, primero en El Periódico de Catalunya y más adelante en el diario Avui, escritos puntualmente, con encomiable profesionalidad, hasta apenas el día antes de morir, fueron muy divulgados y comentados. Además, a lo largo de la primera década de ausencia, en seminarios y reuniones, en general protagonizadas por mujeres feministas, se las recordó, más a Montserrat Roig que a María Aurelia Capmany. Sobre la primera, en el 2000, Cristina Dupláa publicó La voz testimonial de Montserrat Roig, el mejor de los estudios sobre la escritora hasta la fecha. No obstante a partir del siglo XXI y hasta ahora mismo, el nombre de Roig y mucho más el de Campany, han ido diluyéndose hasta la casi total desaparición. Este mismo curso he podido constatar el desconocimiento de ambas entre los estudiantes universitarios. Algo que tiene mucho que ver, me parece, con la pérdida de interés por la literatura demostrada por el Gobierno, tanto el autonómico como el central, hasta el punto de expulsar la asignatura del bachillerato. Un vergonzoso error de consecuencias nefastas porque sin literatura los pueblos son más ignorantes y mucho menos sensibles. Pese a todo, Maria Aurèlia Capmany y Montserrat Roig cuentan con lectores, sus lectores de antes. Somos bastantes los que seguimos releyendo sus libros, nos tratamos con sus personajes y sus textos nos ayudan a vivir y a entender el mundo. Por eso, aunque los fastos oficiales y los reconocimientos institucionales póstumos no nos importen demasiado, consideramos que ambas los merecen. A pesar de que el mejor homenaje sería que en los colegios e institutos, en las clases de literatura, recuperada como asignatura fundamental, se leyeran y se comentaran textos de Maria Aurèlia Capmany y de Montserrat Roig.
En colegios e institutos, recuperada la literatura como asignatura fundamental, deberían leerse sus textos