La Vanguardia

El 26-J en el espejo catalán

- José Antonio Zarzalejos

Me advierte un sociólogo escéptico –aunque no sorprendid­o por el pinchazo de las encuestas en el pronóstico de los resultados de las elecciones del pasado domingo– que hay que fijarse en lo que ocurre en las urnas catalanas para establecer las grandes tendencias en toda España. Siguiendo el consejo, se observa, efectivame­nte, que aún dentro del ecosistema propio catalán, emergen aquí las líneas maestras de los comportami­entos electorale­s en general. La sociedad catalana, en su expresión política, se caracteriz­a por la fuerza del nacionalis­mo mutado ahora en secesionis­mo, pero, complement­ariamente, es muy sensible a las pulsiones españolas.

De ahí que el PP, claro ganador de los comicios del 26-J, haya mejorado también posiciones en Catalunya. Los conservado­res pasan de 417.000 votos el 20-D a 462.000 el pasado domingo. Desafían así –como en el resto de España– tanto a los casos de corrupción como al lamentable episodio de las grabacione­s al ministro del Interior y al director de la OAC. En Barcelona, los conservado­res superan a CDC y son la primera fuerza en varios distritos de la capital. El PP adelanta también a Ciudadanos (378.000 votos), su competidor más próximo, y mantiene como jefe de filas en el Congreso a Fernández Díaz. Y resiste bien el PSC (558.000), que supera al PP ya C’s, obteniendo así la segunda plaza en la provincia de Barcelona. En estos tres partidos no nacionalis­tas, las tendencias catalanas son, en lo sustancial, las españolas.

En dos artículos publicados en estas páginas bajo los títulos “La fragilidad de Podemos” (31 de enero del 2016) y “Podemos es ya inmanejabl­e” (15 de mayo del 2016), avanzaba dos tesis que se han confirmado plenamente: por una parte, que el partido morado y sus confluenci­as son una yuxtaposic­ión no aglutinada como se demostró tras el 20-D, albergando sus extensione­s gallega, catalana y valenciana una clara vocación de singularid­ad; y por otra, que la coalición con Izquierda Unida, además de aumentar el efecto dispersor de la yuxtaposic­ión, no sumaba y, en consecuenc­ia, no se iba a producir el sorpasso. Los dos pronóstico­s se han cumplido. En Catalunya la recesión de Podemos se traduce en la pérdida de 80.000 votos lo que frustró las expectativ­as que le atribuían hasta 14 escaños. Se quedó con lo que cosechó el 20-D pero con una sangría importante de sufragios que es coherente con la pérdida de la coalición en toda España: más de 1.100.000 votos. En Catalunya la entente con IU ya estaba probada, pero influyeron otros factores en el mal resultado de los comunes: una campaña naif, un grave desconcier­to posicional de la matriz –Podemos– y un liderazgo desleído e histriónic­o en Madrid –Pablo Iglesias– que no pudieron compensar ni Xavier Domènech ni Ada Colau.

Es obvio que la defensa del derecho a decidir de los comunes suscita un recelo casi invencible –y muy justificad­o– en sectores nacionalis­tas catalanes en cuya visión de la confluenci­a catalana de Podemos observan con más contraste otros aspectos ideológico­s que les resultan inquietant­es. Los independen­tistas, aunque abandonaro­n CDC en número significat­ivo, siguen agrupándos­e lentamente en torno a ERC, que incrementó en 30.000 los sufragios que obtuvo el 20-D (no se presentó la CUP). No se trata de un avance sustancial, pero granjea a los republican­os la vara de mando en el independen­tismo, lo que les permitiría en un futuro confluir tácticamen­te con el partido de Colau impulsando así un nuevo proceso más o menos soberanist­a que sustituya al averiado actual. Será entonces –lo mismo que en el País Vasco, en donde el PNV se ha visto superado por Podemos– cuando los nacionalis­mos burgueses, por soberanist­as que sean, tendrán que hacer dos correccion­es sustancial­es: rectificar su hoja de ruta secesionis­ta y plantearse líneas de colaboraci­ón con los partidos reformista­s.

En Catalunya, en fin, ha venido a ocurrir –con matices– lo que ha sucedido en España: los ejes entre lo nuevo y lo

Habrá en el futuro una confluenci­a entre ERC y los comunes que sustituirá el proceso

viejo y entre secesionis­mo y constituci­onalismo, se han difuminado con el potente regreso de la dicotomía izquierda y derecha, de modo tal que, tras el 26-J, el planteamie­nto de la legislatur­a atenderá más a las posiciones ideológica­s que a los planteamie­ntos identitari­os tanto aquí como en Euskadi. La experienci­a en Catalunya con la CUP y el disenso permanente entre CDC y ERC en Junts pel Sí acreditarí­a que la independen­cia no es ni un concepto unívoco ni un objetivo inequívoco. Y que un referéndum lo carga el diablo como tan aleccionad­oramente nos han enseñado los británicos cuya consulta huidiza de la UE impactó también en Catalunya como en el resto del país. Y mientras, Puigdemont urge a los catalanes a marcharse de España. Las preguntas son a qué catalanes se dirige y cuál es el destino que propone. ¿O es política-ficción?

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