“La facultad era mi hábitat”
Cora Luján tuvo que abandonar la carrera de Veterinaria en la Autònoma de Barcelona por no poder pagar todos los gastos económicos
Dos horas antes de que iniciara primero de Veterinaria del curso 2013-2014, Cora Luján (Viladecans, 2/X/1995) pisaba, nerviosa, la hierba del campus del recinto universitario de Bellaterra. Había llegado hasta allí después de consumir cientos de horas en documentales sobre la vida de los animales en libertad. Antes de matricularse contactó con el zoólogo y divulgador Kevin Richardson, conocido como el hombre que susurra a los leones. Pudo comunicarse con su esposa Mandy, quien le recomendó la carrera de Veterinaria como formación idónea para estar en una reserva natural como la que regentan. La suerte le acompañó: la facultad de Veterinaria de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) está situada en la cabecera de los rankings mundiales por su excelencia.
Primera nieta, sobrina y vecina que pisaba una universidad después de haber sido reconocida con premios a su excelencia académica y becada por sus méritos en secundaria. Hija única de un operario de la empresa sanitaria Roca y una maître de restaurante de Viladecans, Cora se había matriculado con la ayuda de las becas que otorga el Ministerio de Educación a las rentas más bajas. No pagó los 2.512 euros que cuestan las tasas. “Fue como entrar en mi ecosistema. Estudiantes con mis mismos intereses e idéntica sensibilidad por los animales. Profesores espectaculares por su conocimiento, experiencia y humanidad. Reconocidos investigadores que disfrutan con la docencia y con nuestra compañía. Y yo estaba allí, en ese grupo”.
Veterinaria es una carrera exigente en estudio y horarios, con jornadas que se prolongan todo el día. Aprender también tiene un coste. “Al importe de la matrícula (2.500 euros) hay que sumar los de gestión (unos 100), más los correspondientes a excursiones a granjas externas a la facultad y material académico (quirúrgico, libros, ropa e impresiones de apuntes) que pueden ascender a unos 500 euros”. El bono de transporte trimestral ascendía a 160 euros. Toda la jornada en el campus y cuatro horas diarias de transporte entre Viladecans y Bellaterra imposibilitaban trabajar como había hecho hasta entonces, con clases particulares o empleada en tiendas para su manutención.
Los padres de Cora aumentaron el ritmo de trabajo y ella misma empezó a repartir hamburguesas en el McDonald’s los fines de semana. Ahorró para pagar tramitación, tasas y clases de conducir. Pensaba que de este modo ahorraría dinero y tiempo en los trayectos a la universidad.
Al inicio del siguiente curso , la declaración de la renta que había que presentar junto a los requisitos académicos, que cumplía sin problemas, ya era distinta al año anterior. “Los ingresos familiares superaban los mínimos exigidos por el Ministerio de Educación”. Las becas Equidad sólo cubrían una parte del gasto de las tasas. “Para evitar forzar más la situación –mi madre de baja y yo sin ahorros– decidí, sin decir nada, renunciar”.
La noticia golpeó al hogar. “Éramos una familia trabajadora y tranquila. Pacíficos hervíboros contentos con su terreno de hierba. Mis padres han celebrado todos mis éxitos, incluido el ingreso en la facultad y mis buenas notas de primero. Pero después de la renuncia todo ha cambiado. Mis padres no se han perdido ni un debate televisivo en esta campaña y están comprometidos con el cambio político. Y yo dejé de ser un cervatillo”.
Cora no ha dejado de trabajar en estos dos años para ahorrar lo suficiente y costearse los tres primeros años del grado que espera iniciar en un año. Ha intentado, sin demasiado éxito, encontrar trabajos con animales, como clínicas veterinarias. “Al final, desistí. ¿Qué quiere la sociedad de mí?, me pregunté. Y estoy al servicio público”.
No ha vuelto a la facultad, aunque mantiene buena relación con su grupo de prácticas. Este pasado junio eludió la fiesta de final de curso. Fue a la anterior, cuando sus compañeros terminaron segundo. Vio como la manada a la que pertenece corre hacia el horizonte sin que ella se haya movido del punto de salida. “Voy con retraso en mi futuro, pero sé que volveré a la universidad porque es mi hábitat natural. Y cuando vuelva, entraré orgullosa como una leona”.
A las tasas se añade el coste del material quirúrgico, los libros, las visitas a granjas y el gasto en transporte “Ya no somos aquella familia tranquila y trabajadora que celebraba mi entrada en la universidad”