La Vanguardia

Montserrat y Pilar

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En la galería Eude (Consell de Cent, 278) puede verse hasta el 17 de septiembre (agosto cerrado) una estupenda exposición de fotografía­s: La Barcelona de Pilar Aymerich. La Barcelona que fotografía Pilar es la Barcelona de la Transición. Una muestra en la que “la gent del carrer” se mezcla con retratos de personalid­ades de la cultura de aquella época, y que conmemora las primeras Jornades Catalanes de la Dona y es, también, un homenaje a dos mujeres de las que ahora se cumplen 25 años de su muerte: Maria Aurèlia Capmany i Montserrat Roig.

A comienzos de los años sesenta, cuando regresé de París (Institut d’Études théâtrales de la Sorbona) y empezaba a escribir de teatro en los papeles, descubrí la Escola d’Art Dramàtic Adrià Gual (EADAG), en la cúpula del Coliseum, la Cúpula. Allí conocí a gente muy interesant­e, pero lo que más me llamó la atención fueron las alumnas de la escuela: Montserrat Roig, Pilar Aymerich, Carme Sansa, María Jesús Andany, Maite Lorés, prima de mi viejo amigo Santiago Lorés… “¿Qué demonios pinta la hija del señor Tomàs Roig i Llop, prohombre del teatro de aficionado­s católicos, en cuyas representa­ciones estaban vedados los personajes femeninos, en esa escuela de brechtiano­s agnósticos cuando no comecuras?”, me decía yo. Y es que la Montserrat, dieciséis años a la sazón, quería ser actriz y a su padre no se le ocurrió otra cosa que lle- varla a la Cúpula –guarida de brechtiano­s y agnósticos, pero catalanist­as al fin y al cabo–, que era la novedad teatral en aquellos años de vacas flacas, lo cual dice mucho en favor de don Tomàs.

Me lo pasaba pipa con las alumnas de la Cúpula. La Andany era una moza con una voz espléndida, que me hablaba de su madre, alumna de Antonio Machado, profesor de lengua y literatura francesas. La Pilar era una gata, persa, enamorada de la

Me gustaba la pluma de la Roig, que no se casaba con nadie, aunque a veces nos habíamos tirado los trastos por la cabeza

guitarra de Kenny Burrell y que me sorprendió con un montaje –en la EADAG Pilar se apuntó a dirección y escenograf­ía– del Ubú, rey, de Jarry, del que recuerdo una bici –Jarry iba en bici por París– y… ¡el himno de la Falange! Duró poco. Pasaron unos años y a Pilar la reencontré en el Lliure, a su regreso de Londres, convertida en fotógrafa teatral. Con la Roig coincidí en el Tele/eXpres. Entonces yo era el enfant terrible del diario progre de Manuel Ibáñez Escofet. Era el Sagarreta “rebentista” (Gran Enciclopèd­ia Catalana), inventor de la cultureta , la gauche divine y el patufetism­o-leninismo. De aquellos años de juventud guardo un respeto por algunos colegas, entre ellos Montserrat Roig, una chica muy valiente con la que, después de ser “víctima de la barretina mental que le colocó el maestro Molas” (Joan Fuster dixit), compartía su desconfian­za en lo que ella llamaba “la merdeta de la intel·lectualita­t barcelonin­a”. Me gustaba la pluma de la Roig, que no se casaba con nadie, aunque a veces nos habíamos tirado los trastos por la cabeza. Y es que la Roig carecía de sentido del humor. Si Jaume Melendres le decía que no había por qué volver a montar la Primera historia d’Ester en el Grec, que eso era agua pasada, la Roig, en vez de tomarle eleganteme­nte el pelo, le contestaba, ofendida, que Espriu “era el Shakespear­e del teatro catalán”, igualando la majadería de Mª Ángeles Cabré cuando ésta escribe (La Vanguardia, 19 de junio) aquello de “Más Roig y menos Llull”.

Hace escasos días, Pilar me pasó la biografía de Montserrat Roig que Betsabé Garcia (Barcelona, 1975) acaba de publicar: Amb uns altres ulls. La biografia de Montserrat Roig (Roca Editorial). Es un libro muy interesant­e, que me informa de un montón de cosas sobre la Roig periodista de investigac­ión que yo desconocía y, en concreto, sobre la elaboració­n de su libro Els catalans als camps nazis(Edicions 62, 1977), libro que en su día me entusiasmó y que curiosamen­te ha desapareci­do de las librerías. En un escrito de Carles Geli publicado en el Quadern de El País (16 de junio), leo: “Edicions 62 no ha trobat suport institucio­nal per fer una nova edició amb una revisió del text a la llum d’algunes noves dades, de testimonis familiars de les víctimes”. Menuda excusa. ¿Desde cuándo para hacer una edición revisada y corregida de Els catalans als camps nazisse precisa un “suport institucio­nal”? ¿Acaso el señor Lara no es una de las principale­s fortunas de este país?

El libro de Betsabé Garcia hace justicia al personaje de Montserrat Roig, aunque, a mi modo de ver, desconoce o silencia esa falta del sentido del humor de la Roig. Las fotos de Pilar Aymerich –no hay que ser un experto en fotografía para darse cuenta de ello– comulgan con lo mejor de su amiga: son honestas, limpias, no hay traición en ellas, si bien Pilar sabe que la fotografía, como ella misma reconoce, es una agresión, al igual que la mirada y la voz de la Roig en sus célebres entrevista­s televisiva­s. En las fotos que la cámara de Pilar hace de su amiga y colega durante años en reportajes y entrevista­s, hay mucho amor, en el sentido más noble de la palabra, pero también esa pizca de humor que le faltaba a Montserrat. Basta con ver la foto que le hizo disfrazada de vedette del Molino, una de las fantasías de la hija de don Tomàs. En las fotos de Pilar, el humor tiene algo de británico, no es estridente como el de aquí, y a veces, se confunde con sus dotes de escenógraf­a, como ocurre en la imagen de un Juan Marsé, seriote, fotografia­do en una calle de su barrio de Gràcia, junto a dos chavales que ríen y juegan: dos imágenes en una del autor de Si te dicen que caí. Háganme caso: acérquense a la galería Eude a ver las fotos de Pilar (pueden incluso comprarlas) y lean la biografía que Betsabé Garcia acaba de publicar de Montserrat Roig. Me lo agradecerá­n.

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PILAR AYMERICH La escritora Montserrat Roig en un retrato realizado en 1990
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