El ‘Papa negro’ del socialismo francés
MICHEL ROCARD (1930-2016) Ex primer ministro de Francia, influyente pensador del PS
Con una inmensa tristeza recibo la noticia de su muerte porque entré en política por y para Michel Rocard. Porque en 1978 dijo que la derrota de la izquierda no era una fatalidad y porque, antes que nadie, explicó que el cambio pasaba por la reforma, no por la ruptura”. El primer ministro francés, Manuel Valls, despidió así ayer a su mentor, el ex primer ministro Michel Rocard, fallecido en París a sus 85 años, siempre con el sueño frustrado de una presidencia que acarició sin conseguir. “Desaparece una gran figura de la República y de la izquierda”, decía por su parte el comunicado del Elíseo. Para el presidente François Hollande, “Michel Rocard no disociaba jamás su acción de sus ideas”. Y describía a “un soñador realista, un reformista radical, estimulado por las ideas en movimiento, el destino del planeta y el de la humanidad”.
Cosas de la vida, las declaraciones de las máximas autoridades de Francia chocaban con el eco de las que pronunció Rocard, apenas una semana antes de su muerte, en una entrevista de quince páginas publicada por el semanario Le Point y en la que criticaba sin piedad a Valls –a quien sin embargo solía llamar su hermano pequeño– y al presidente, que fuera su consejero. El ministro de Economía, Emmanuel Macron, y Valls, admiradores confesos de Rocard, eran despachados sin miramientos: Valls, “por haber querido cambiar el nombre del partido”; Macron, por ignorar la historia del socialismo. Y ambos, por carecer de una conciencia histórica. Disculpados al mismo tiempo porque “no tuvieron la suerte de conocer al socialismo de los orígenes, que tenía una dimensión universal y era portador de un modelo de sociedad”.
En aquel reportaje, que sería el último y una prueba más de que Rocard no se había jubilado, el hombre que desde finales de los 1970 encarnó la esperanza y creó un movimiento tan centrado en él como para que sus seguidores se llamaran rocardianos, recordó que, “joven socialista”, viajó a Holanda, Suecia y Alemania para ver de cerca cómo el socialismo se había encarnado en aquellos partidos. Porque “esa historia colectiva que parece haberse disipado era en realidad el cemento que nos unía”.
Para Rocard, la importancia de la etiqueta socialista era fundamental: “Esa palabra hace primar al colectivo sobre el individuo”. Y exigía de un estadista un dominio de los tiempos largos. En la entrevista río de Le Point criticaba por ejemplo a Hollande, a quien calificaba de “hijo de los medios de comunicación”. Es decir, del tiempo corto. “Su cultura y su cabeza están ancladas en lo cotidiano. Pero lo cotidiano no tiene, casi, ninguna importancia. El pueblo francés no está formado por periodistas. Por eso se da cuenta de que está gobernado con una mirada miope y que eso es perjudicial”.
Genio y figura. Más allá de las picas –y de otra por elevación, por su elogio a la talla política de Alain Juppé, candidato declarado a las primarias de la derecha–, Rocard demostraba una vez más que podía ser acusado de cualquier cosa salvo de falta de coherencia.
Hijo de una madre protestante y de un padre católico –importante científico y resistente, Yves Rocard, a quien decepcionó profundamente la frivolidad del hijo de preferir la política a la ciencia–, Michel Rocard pareció siempre más próximo a la concepción del socialismo materializada en los países del norte que de las historias grupusculares del sur. Y sin embargo, consciente o inconscientemente, su acción política estuvo siempre marcada por disensiones, adhesiones y divisiones.
¿Es la influencia protestante de la madre la que pesó definitivamente en su legendario enfrentamiento con François Mitterrand? Una relación de amor-odio de las que la política hace su médula. Mitterrand encarnaba la burguesía católica provincial francesa frente a un símbolo del hombre urbano. Además, Rocard lamentaba permanentemente la centralización “padecida por Francia desde Felipe el Hermoso”.
Sin olvidar el abismo generacional. Aparte de los devaneos de Mitterrand con Vichy, Rocard no podía pasar por alto que el Mitterrand que, presidente, abolirá la pena de muerte, era el mismo que las había firmado masivamente como ministro del Interior del gobierno de Guy Mollet, bajo esa guerra de Argelia en la que Rocard había elegido su campo, de entrada, favorable a la descolonización total.
Secretario nacional del partido socialista, Rocard fue diputado desde 1969 a 1973, luego de 1978 a 1981 y de 1986 a 1988. Elegido diputado europeo de 1994 al 2009, fue también, entre tanto, senador, cargo que debió abandonar por acumulación de mandatos. Y se le recordará sobre todo como el alcalde de Conflans Saint Honorine, en la región parisina, durante 17 años.
Desde 1977, cuando pronuncia en Nantes un discurso considerado histórico (llamado de las dos culturas que estructuran la izquierda), y sobre todo a partir de sus declaraciones amargas pero esperanzadoras, un año más tarde, en televisión, aparentemente espontáneas y sin embargos escritas y meditadas, y hasta la entrevista de Le Point ,es decir, durante cuatro décadas largas, Rocard será una especie de Papa negro del socialismo. También su conciencia, su lazo con la sociedad civil, a la que intentó aupar a los ministerios durante su jefatura de gobierno.
Enfrentado desde su juventud a Jean-Marie Le Pen, en el primer gobierno de Mitterrand, abandonará la cartera de Agricultura para protestar contra la decisión mitterrandiana de imponer el escrutinio proporcional, que dará escaños al Frente Nacional.
En realidad quiere tomar distancias para presentarse a la presidencia en 1988. En el último momento, Mitterrand se postula para la reelección. De nuevo presidente, Mitterrand nombrará primer ministro a su querido enemigo, a quien hará la vida imposible.
Rocard será calificado de primer ministro de la apertura. Y a pesar de no contar más que con una mayoría relativa en el Parlamento, condenado a un juego de báscula entre comunistas y centristas, instituirá una renta mínima de inserción y una contribución social generalizada. También logrará imponer la paz civil en Nueva Caledonia. En su gabinete arranca la carrera política de Valls. Pero Mitterrand quiere su cabeza y aunque la guerra del Golfo le da un respiro, el 15 de mayo de 1991 Rocard es desembarcado brutalmente.
El 30 de junio del 2007, un Rocard de 77 años sufre una hemorragia cerebral durante un viaje a India. Restablecido, siempre con sus pitillos y su copa de vino, lector infatigable, continúa su acción desde un despacho de los Campos Elíseos, en la fundación Terra Nova, próxima del partido socialista.
En el 2009, Nicolas Sarkozy, en su propia política de apertura, le pide un informe sobre la tasa carbono y le hace compartir con Alain Juppé la presidencia de una comisión que debe reflexionar sobre un gran empréstito nacional. En fin, lo nombra embajador de Francia en las negociaciones relativas a los polos del Ártico y la Antártida, lo que le permite celebrar sus 80 años sobre un témpano.
Y es que su vida privada también será movida. De sus tres matrimonios –última boda en el 2002– tiene una hija educadora, un astrofísico, un consejero del actual primer ministro. Otros hijos, estos políticos, difunden su pensamiento, hoy, en el partido socialista y en los grupos de pensamiento que sueñan con la refundación de la izquierda francesa.
Para Rocard, la etiqueta socialista era crucial: “Esa palabra hace primar al colectivo sobre el individuo”