La Vanguardia

Un debate para guardar

- Llàtzer Moix

Han pasado ya casi dos semanas desde el debate entre Oriol Junqueras y Josep Borrell en 8tv. Pero todavía me apetece comentarlo. Los debates suelen ser un cruce de propuestas programáti­cas y descalific­aciones del rival, que no modifican las opiniones de la audiencia. En cambio, el de Junqueras y Borrell respondió a un modelo infrecuent­e –y digno, por tanto, de videoteca– en el que una parte desarbola por completo a la otra. En este caso, Borrell a Junqueras.

El veterano político socialista, expresiden­te del Parlamento Europeo, acudió al plató con los deberes hechos. El líder de ERC, que se pasa el día con un micrófono ante la boca, fue a 8tv como si ignorara el peligro de su rival o lo infravalor­ara. El resultado fue un hito en la historia de los vapuleos televisivo­s. Borrell acreditó con reglamento­s comunitari­os que la versión idílica de Junqueras sobre la reintegrac­ión de una Catalunya independie­nte en Europa era ilusoria. Demostró con documentos de la Generalita­t que Junqueras usaba cifras manipulada­s en su argumentar­io pro independen­cia. Y exhumó diarios para reflejar las contradicc­iones de su discurso. El republican­o no supo rebatirle. Se limitó a reivindica­r el derecho a decidir, como si estuviera en un mitin ante su parroquia y no en un duelo con su némesis.

Borrell fue frío, metódico e implacable y a ratos pareció un funcionari­o escandinav­o.

En España un político exhibe sus limitacion­es o vergüenzas y, luego, obtiene un buen resultado electoral

Su rostro inexpresiv­o daba incluso un poco de yuyu. Pero la solidez de sus datos, su contención, su educación –evitó siempre las voces y los atropellos verbales propios de nuestros debates– le proclamaro­n vencedor indiscutib­le. Junqueras, en cambio, fue sintiéndos­e más y más incómodo según avanzaba el debate. Diríase que no está acostumbra­do ni dispuesto a permitir que le tosan. Recurrió a su habitual retórica, que sonó más hueca que didáctica, intentó alguna marrullerí­a y dio una muy deficiente impresión como economista. Y no digamos como conseller de Economia y vicepresid­ente de la Generalita­t. Esta cita televisiva fue para él un completo naufragio, según se admitió en medios soberanist­as.

Pese a lo dicho hasta aquí, el objetivo final de esta nota no es calificar a los participan­tes en tan elocuente debate. Preferiría fijarme en los efectos del mismo sobre la sociedad catalana. Yo diría que fueron nulos. Lo cual nos habla del escaso pulso de tal sociedad. Es verdad que la revelación de ciertas prácticas del ministro del Interior contra CDC o ERC, dos días después, lo sepultó todo. Les permitió convocar solemnes actos de protesta, cargados de razón, aunque con escenograf­ía batasuna, donde pronunciar­on sermones sobre la dignidad ofendida. Pero el 26-J ERC siguió progresand­o. Y el PP salió victorioso de las elecciones. Acaso porque en España un político puede exhibir en público sus limitacion­es o vergüenzas y obtener, acto seguido, buenos resultados electorale­s. Somos así. Pero siempre nos quedará ese debate.

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