Arte piramidal
La ampliación de la londinense Tate Gallery, firmada por Herzog & De Meuron, destaca por su forma piramidal envuelta en una piel de ladrillo a imagen y semejanza de la central eléctrica que ha alojado históricamente al museo.
Desde su inauguración en el año 2000, la Tate Modern se ha ido convirtiendo en uno de los grandes centros mundiales del arte contemporáneo, al tiempo que contribuía decisivamente a la revitalización urbana del South Bank londinense. La enorme afluencia de público –cinco millones de visitantes anuales– ya aconsejó hacia el 2005 una ampliación de este centro, que por fin se ha abierto a mediados de junio.
Herzog & De Meuron son sus autores, como antes lo fueron de la transformación de la central eléctrica diseñada por Giles Gilbert Scott mediado el siglo XX en la Tate Modern. Pero si entonces se trató de insuflar nueva vida artística en el preexistente y monumental edificio de ladrillo rojo, ahora se ha construido una pieza de nueva planta y forma de pirámide con las aristas en torsión. La nueva construcción tiene diez pisos, ha costado 329 millones de euros y agranda en un 60% el espacio expositivo de las anteriores instalaciones.
La condición icónica del nue- vo edificio es evidente, y quizás sea, dado su capricho formal –y dada la proliferación en Londres, en los últimos años, de edificios con formas llamativas– lo más discutible de la operación, por lo demás condenada al éxito.
La piel de esta construcción, integrada por 336.000 ladrillos colocados al tresbolillo, constituye un plausible homenaje a la envolvente de la vieja central eléctrica, a cuya esquina sudoeste se adosa, conservando la unidad de materiales, ya que no la sobriedad geométrica. De día, esta celosía garantiza la ventilación cruzada y tamiza la luz natural; de noche, además, favorece cierta transparencia.
Pero, pese a las apariencias, quizás el elemento distintivo de esta pirámide no sea su piel, rasgada por largas ventanas horizontales, sino la estructura de hormigón que sostiene sus muros inclinados. Herzog & De Meuron han hecho un gran trabajo en el interior del edificio, combinando alturas sencillas y dobles alturas, disponiendo balconadas perimetrales que permiten asomarse hasta cuatro pisos más abajo, y, como en su primer edificio para el campus Vitra, han cualificado zonas de tránsito, a veces meros recortes de planta, cuya calidad evoca la de un buen espacio público. Esto puede afirmarse tanto en términos de calidad espacial como de calidad constructiva: salvo en el nivel inferior, relacionado con los antiguos depósitos de la central eléctrica, el hormigón está muy bien trabajado, y sus entregas con los pavimentos de madera son de una sorprendente precisión, incluso en las escaleras y en algunos de los ángulos imposibles generados por la torre de caprichosas hechuras que parece girar sobre su eje vertical.
La verticalidad es, ciertamente, una característica de esta nueva obra de Herzog & De Meuron, en contraste con la horizontalidad de la central eléctrica que complementa. La secuencia vertical abarca en la New Tate Modern desde el espectacular mirador de 360º de la décima planta hasta el nuevo acceso sur, que incrementa la porosidad de toda la Tate, ya accesible por otros puntos cardinales, y se rodea de unos espacios urbanos muy bien resueltos.
Aunque hay rasgos horizontales también significativos: por ejemplo, el puente, casi pegado al techo, a la altura de la cuarta planta, que une la vieja y la nueva Tate (la Boiler House y la Switch House), con grandes vistas sobre la sala de las turbinas.