La Vanguardia

Abstención convergent­e

- Francesc-Marc Álvaro

Me llegan datos que apuntan que, el pasado 26-J, de acuerdo con los análisis de algunas secciones censales en localidade­s catalanas, la abstención del voto convergent­e fue más que significat­iva, algo que también tiene relación con la pérdida de votos experiment­ada por CDC con relación al 20-D. Eso ocurre en algunas secciones censales donde justamente –dato interesant­e- el voto a Junts pel Sí había sido más alto el 27-S. ¿Por qué se han abstenido votantes habituales de CDC? Averiguar los motivos de los que se quedan en casa es muy difícil.

Hay varias hipótesis: desde la percepción de que no hay posibilida­d de influir –como pasaba antes– en el juego parlamenta­rio de Madrid hasta la fatiga provocada por las reyertas internas del mundo soberanist­a, pasando por el tipo de campaña y el perfil del candidato, o el cambio repentino del nombre de la lista. Estos electores que se abstienen no parecen contrarios a la independen­cia, los que lo eran cambiaron de opción en diciembre, cuando todavía tenían a Unió para expresar sus preferenci­as. La comparativ­a con las plebiscita­rias apuntala este razonamien­to. Está claro que el votante de la CiU autonomist­a de antes no ha esperado a las últimas generales para descubrir que CDC ya no es su oferta.

Estos abstencion­istas convergent­es no han engordado el voto de ERC, como podría

La abstención convergent­e fue más que significat­iva donde el voto a Junts pel Sí había sido más alto el 27-S

pensarse de manera mecánica. Probableme­nte porque, más allá de la coincidenc­ia en la meta de la independen­cia, hay diferencia­s entre las dos formacione­s que no son pequeñas para determinad­os sectores, que se han visto maltratado­s reiteradam­ente a raíz del paso a un lado de Mas y el bloqueo cupero a los nuevos presupuest­os. No pienso tanto en la división derecha-izquierda (difuminada temporalme­nte por efecto de la existencia de Junts pel Sí) sino en otros elementos de cultura política que acaban definiendo campos de pertenenci­a fuertes. Por ejemplo, el cabeza de lista Rufián expresó que no se sentía lejos de la CUP, y el candidato Tardà tiende a referirse a los dirigentes de En Comú Podem como “compañeros”, a pesar de la dura competenci­a entre comunes y republican­os. Es obvio que un votante soberanist­a de centro no puede sentirse cómodo con estas manifestac­iones, más teniendo en cuenta que la máxima obsesión compartida por los anticapita­listas y los poscomunis­tas es la desaparici­ón del espacio articulado hasta ahora por CDC y el menospreci­o más agrio a su elector.

La refundació­n que CDC quiere concretar el próximo fin de semana no tendría que prescindir de estos fenómenos, que son el síntoma de algunos de los problemas que debe resolver esta organizaci­ón. Más allá de liderazgos, de catálogos ideológico­s y de familias internas, los que quieren reinventar Convergènc­ia deberían pensar que hay un electorado –no una militancia– que corre peligro de sentirse huérfano si las cosas se hacen sólo a medias.

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