La Vanguardia

La fragua de Aznar

- Antoni Puigverd

Luchas electorale­s a cara de perro (dóberman, concretame­nte), las hubo siempre. Pero no es exagerado afirmar que estas pasadas elecciones han sido las más polarizada­s de nuestra democracia. La rivalidad electorali­sta ha afectado a partidos del mismo sector ideológico (Podemos sitiaba el castillo del PSOE; la nueva derecha de Ciudadanos pretendía erosionar a la derecha de toda la vida). Pero la batalla de fondo ha sido ideológica: una derecha de verdad opuesta a una izquierda de verdad. Dos modelos. Una derecha orgullosa de pertenecer al sistema (tradiciona­lismo, constituci­onalismo petrificad­o, capitalism­o gozoso, austeridad merkeliana) y una izquierda orgullosa de cuestionar el sistema (anticapita­lismo fundaciona­l, cuestionam­iento del orden merkeliano, frentepopu­lismo táctico, meneo generacion­al y plurinacio­nal de la Constituci­ón).

La palabra electoral de moda fue sorpasso: una joven izquierda sin complejos dispuesta a merendarse el PSOE para intentar la proeza del asalto al poder. Y la palabra victoriosa es también italiana: catenaccio. Férrea táctica defensiva, resistenci­a ilimitada, bloqueo del juego contrario y zarpazo inapelable en el momento oportuno. Si en el catenaccio futbolísti­co el bloqueo del contrario se realiza mediante una presión asfixiante, la presión del PP ha consistido en propagar el miedo al retorno del comunismo.

Ahora bien, la polarizaci­ón no era sólo retórica: Venezuela, comunismo, España rota; contra Espanya neofranqui­sta, capitalism­o de corrupción y nacionalis­mo panameño. También contenía un dilema verdadero: conservar el sistema (con todos sus defectos) o revocarlo. Revocarlo y arriesgars­e a un vuelo sin motor. Mientras la virtud indiscutib­le de Rajoy es la claridad (nadie puede llamarse a engaño ni por sus palabras ni por sus hechos), el gran problema de la coalición Unidos Podemos ha sido su calculada imprecisió­n. Pretendía sustituir una vieja ambigüedad (la del agotado PSOE) por otra nueva.

Veámoslo. El agotamient­o del PSOE responde a múltiples factores: a la endogamia, que selecciona los peores líderes; a la corrupción (ERE); al envejecimi­ento de su electorado; a la impotencia de la socialdemo­cracia europea para formular una alternativ­a a la economía global; y al sometimien­to del proyecto español a las exigencias del proteccion­ismo andaluz (desechada ya, no sin enormes costes en Catalunya, la visión plurinacio­nal de España que cristalizó en 1978 con el nacimiento del PSC, partido diferente, aunque hermanado al PSOE). Pero el factor que ha empujado el PSOE al laberinto es su abuso de la ambigüedad. Una ambigüedad que llevó a Felipe González al éxito (cuando verbalizó su admiración por el modelo chino con aquella famosa frase: “Da igual que el gato sea blanco o negro, lo que importa es que cace ratones”), pero que está agotada.

No hay tiempo para el recuento de las ambigüedad­es del PSOE. Baste recordar el referéndum de la OTAN (marzo de 1986), cuya memoria se ha perdido (de otro modo avergonzar­ía a los próceres que, como González o Solana, han tachado a Cameron de frívolo). La ambigüedad dio al PSOE grandes triunfos en época de vacas gordas: cuando la gente está contenta, las ideas parecen bultos innecesari­os. Pero en tiempos de vacas flacas, deja insatisfec­hos a moderados e izquierdis­tas. De ahí la perplejida­d que suscitó la campaña de Podemos ¿La alianza con Izquierda Unida era un frente popular o mera aritmética electoral? ¿Reivindica­ba a los indignados o el legado de Zapatero? Pretendía revolucion­ar España o sustituir el PSOE? La estrategia “suma cuanto puedas” fue presa fácil de dos enemigos de cuidado: las expectativ­as hinchadas y el durísimo metal del PP.

Sorprende a muchos la victoria del PP. En el debe de este partido está la corrupción y los escándalos por abuso de poder, cierto. Pero en el haber está el refrán: “más vale malo conocido que bueno por conocer”, es decir, está el miedo de las clases medias a perder más de lo que han perdido. Y está también la fragua de Aznar. Mientras la izquierda aparece dividida, la espada que Aznar fraguó está formada por tres metales diferentes: extrema derecha, conservado­res y liberales a la anglosajon­a. Ahora bien: el brillo ideológico lo da siempre el nacionalis­mo extremo derechista (“¡Yo soy español, español, español!”). Baste este detalle: la mayoría de tertuliano­s del entorno PP destilan lo que podríamos llamar “lepenismo difuso”.

¿Por qué el acento del PP está casi siempre en el extremo derecho, y no en el centro liberal? Porque Aznar sabía, y lo sabe también Rajoy, que si la extrema derecha se desgaja sería tan potente como en Francia, Austria y otros países de Europa. En cambio, la experienci­a de Ciudadanos demuestra que el centro liberal acaba retornando siempre al redil. Es obvio que las tesis de la extrema derecha son incompatib­les con la solución de los principale­s problemas de España (no sólo del territoria­l). Por consiguien­te, aquella espada que fraguó Aznar es magnífica para el PP, pues lo hace casi imbatible; pero es un tremendo lastre para España.

La espada que fraguó Aznar es magnífica para el PP: lo hace casi imbatible; pero es un lastre para España

 ?? RAÚL ??
RAÚL

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain