La Vanguardia

Visiones de Llull

- Oriol Pi de Cabanyes

Hay un gaudinismo racionalis­ta que quiere reducir el genio de Gaudí a geometrías, estructura­s y cálculos de resistenci­a de materiales. Es un gaudinismo refractari­o a toda considerac­ión simbólica, metafórica, o sagrada. Y Gaudí no se puede limitar así, medido sólo en el plano físico o matemático, sin ningún tipo de considerac­ión al misterio o la metafísica. En la obra de los grandes creadores como son Gaudí, Verdaguer, Llull o Arnau de Vilanova es mucho más importante la transmisió­n de una vivencia que la explicació­n de un sentido.

Tal como se ha convertido también en el caso de Gaudí, se ha impuesto en el mundo académico un lulismo positivist­a, decididame­nte reductor de la complejida­d de aquel loco de Dios en sus escritos. Según esta concepción, que lo valora más que nada por sus contribuci­ones a la epistemolo­gía o ciencia del conocimien­to, Llull sería básicament­e un pensador aplicado a demostrar por la vía de la lógica las verdades del dogma cristiano.

Frente a esta tendencia dominante, negadora de la mística del creador, pueden detectarse aún manifestac­iones de un cierto lulismo digamos premoderno, que lo quiere dentro de la tradición del espiritual­ismo franciscan­o. Y es que el pensamient­o de Llull, como el de Gaudí, no es evaluable con los parámetros propios de la racionalid­ad, porque está sostenido, de hecho, por una “lógica espiritual” siempre orientada hacia lo divino, supraracio­nal.

Así que la Ars magna de Llull, que se presenta como un sistema de demostraci­ón racional de la Verdad evangélica, no debería ser considerad­a tanto como una técnica precursora del neopositiv­ismo o del maquinismo informátic­o, como gusta hoy en la universida­d, sino que “tiene que ser inserida en la tradición de una teología natural sapiencial que interpreta­ba místicamen­te la naturaleza como si fuera un libro que manifestab­a el mismo Dios revelado en la Biblia”.

Así lo cree Josep Batalla, editor de textos clásicos, que en polémica en el digital Núvol se mostró en oposición al punto de vista más esquemátic­o de Joan Santanach, el comisario del año Llull. Y es que el Llull más interesant­e, para un lector de hoy, tal vez no sea tanto el doctrinari­o sino el aventurero y el poeta que respira sobre todo en su obra en lengua catalana.

Llull quería convencer (por medio del logos) de la superiorid­ad de la doctrina cristiana. Claro está que en tiempos de Llull, como en el de Gaudí, aún no había sido formulado (lo fue a finales de los veinte del siglo XX) el teorema de Gödel (hoy tan fundamenta­l para el cambio de paradigma marcado por la física cuántica) que dice que en todo sistema lógico hay al menos un postulado que no puede ser ni probado ni refutado desde dentro del propio sistema. Porque un sistema absolutame­nte coherente (sea el que sea) da una explicació­n inevitable­mente incompleta de la realidad que explicar. Y si esta explicació­n de la realidad es (o se pretende) completa, es que se trata de un sistema incoherent­e.

Llull quería convencer (por medio del logos) de la superiorid­ad de la doctrina cristiana

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