Van Hove: otro éxito
Desde sus Tragedias romanas del Grec 2013, la presencia del Toneelgroep de Amsterdam en el festival de verano de Barcelona ha sido, como quien dice, obligada. El grupo holandés y las creaciones luminosas de su director Ivo van Hove constarán entre las mejores aportaciones extranjeras de los años que habrá dirigido Ramon Simó. Y para culminar esta etapa, otro espectáculo brillante de la misma compañía: la adaptación teatral de De stille kracht (La força oculta) de Louis Couperus (18631923), que ha llenado el último fin de semana la sala Fabià Puigserver del Lliure. Y como todos los que hemos visto de Toneelgroep, un espectáculo magnífico.
Louis Couperus escribió La força oculta después de visitar las Indias Orientales Neerlandesas, especialmente la isla de Java, entre marzo de 1899 y enero de 1900. La novela tuvo un aliento profético al apuntar el declive del dominio colonial a través de las dudas, las debilidades y alguna decisión demasiado autoritaria del comisario gobernador Otto van Oudijck. Protagonista de la obra teatral y figura nuclear de los conflictos que se viven en la colonia, Otto van Oudijck es la encarnación del poder paternalista y, al mismo tiempo, fiel defensor de los intereses de la metrópoli.
De esta figura, Ivo van Hove hace un personaje potente y sacrificado, tolerante y desconcertado en el cual confluyen las confrontaciones, incomprensiones y recelos entre las culturas de Occidente y de Oriente, entre la racionalidad, la lógica burocrática y la magia, el misticismo y el misterio.
El director, además, ha conseguido dibujar con una coloración formidable un cuadro humano de una gran variedad donde las relaciones familiares, sociales, sexuales, laborales... entre una quincena de personajes, dejan vislumbrar aquello que Bas Heijne, escritor holandés, califica de “malestar existencial” en la obra de Couperus. Ciertamente, la interpretación de conjunto que ofrece La força oculta cautiva por su calidad extraordinaria. Por otra parte, la autenticidad de las suspicacias y conflictos que se van tejiendo, en este caso entre las comunidades coloniales y locales, se alza con una transparencia notarial, si se tiene en cuenta, por ejemplo, las numerosas coincidencias que encontraríamos en el célebre Pasaje a la India que E.M. Forster escribiría en 1924 al narrar los choques entre ingleses e hindúes.
El montaje de Ivo van Hove registra una serie de efectos especiales de una enorme perfección tecnológica y una música ambiental de una sensibilidad exquisita. Cabe remarcar las lluvias y tormentas, con tsunami incluido, y los nubarrones generosos que tienen lugar –estamos en época monzónica– cada dos por tres. Y las variadas percusiones presenciales del músico Harry de Wit, una lección de eficacia y discreción.