La Vanguardia

Bélgica, diván y cardiogram­a

- Felip Vivanco

Las fronteras de la identidad son más líquidas que las de la geografía, imaginaria­s pero rígidas. La espoleta de muchas guerras saltó con la excusa de salvaguard­ar la seguridad de pequeñas comunidade­s nacionales situadas en bolsas aisladas cercanas al país de origen, pero en territorio extranjero. Ahora es al revés: el terror (el yihadista, por ejemplo) lo provocan individuos que viven en burbujas aisladas en las propias ciudades. Hoy en día, viendo las plantillas de muchos equipos en el torneo, es fácil adivinar que esa idea de fronteras impermeabl­e acabó hace tiempo, por mucho que las autoridade­s levanten vallas de espino.

También las fronteras de la Eurocopa se desdibujan, hasta el punto de que todas las aficiones tratan de elegir un favorito. Los albaneses, eliminados en la primera fase, habrían querido que Suiza, repleta de connaciona­les en sus filas, llegase lejos. Habrá españoles que desearán una victoria portuguesa en nombre de una Confederac­ión Ibérica que a veces soñó José Saramago. No está claro que los ingleses pongan una vela por el triunfo de los galeses, vecinos advenedizo­s. ¿Y los belgas? Bélgica está formada por tres familias (no dos como se suele recordar). Los valones habrán mirado de reojo las andanzas de Francia; los flamencos tendrán como consuelo que esta vez Holanda ni siquiera se presentó al torneo; los cerca de 70.000 ciudadanos de origen teutón que viven en territorio belga desde el final de la Primera Guerra Mundial tienen a Alemania. Curiosamen­te, a casi nadie en Europa le hubiese importado que Les Diables

Rouges, De Rode Duivels o Die Roten Teufel hubiesen llegado más lejos, e incluso levantado la copa.

El equipo del exjugador y exsenador (¿y exseleccio­nador?) Marc Wilmots ya no es sólo una selección pegamento que une las citadas tres comunidade­s, también es el espejo de una Europa que se interroga sin respiro. Después de los ataques terrorista­s de Bruselas de los últimos meses, Bélgica se ha convertido, más que nunca, en el marcapasos de una Unión Europea cada vez más asidua a la consulta del cardiólogo y, de paso, a la del psicólogo. Cardiogram­a y diván. Su selección también se mira al espejo, lleva sus hombros una tarea política, que aglutina el territorio, pero también la de ejemplo que se puede llegar lejos (en este caso en el deporte) sin que importe el origen. Como ya se explicó en estas páginas en ocasión del pasado Mundial de Brasil, la aventura colonial de Bélgica en el siglo XIX fue un desastre absoluto. Tal vez un fruto dulce de aquello haya sido la diversidad étnica de su selección en el siglo XXI. Comparen los apellidos de las alineacion­es belgas de la Eurocopa de Francia de 1984 y las de hoy en día. De los Vercautere­n, Ceulemans, Pfaff de entonces a los Origi, Lukaku, Fellaini, Benteke, Naingolaan y Carrasco de ahora. Ese, la diversidad, es el futuro de una Europa que tiene que luchar por no caer eliminada en la senda de sus sueños.

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EMMANUEL DUNAND / AFP Alderweire­ld y De Bruyne, desolados
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