La claridad de Alberto
Existe una máxima en el deporte que dice aquello de “no importa cuántas veces te caigas sino cuántas estás dispuesto a levantarte”. Así evolucionamos en nuestras vidas, a base de errores y fracasos. Cuando un ciclista cae en el Tour de Francia, la mayoría de las veces golpea el asfalto negro. Cuanto más fuerte es el golpe o la decepción más parece atraparle esa oscuridad de la carretera dejando pocas ganas de mirar hacia la luz.
El primer día Alberto Contador patinó con su rueda delantera, deslizándose por el pavimento hasta impactar con un bordillo. Se incorporó rápido y mirando de reojo sus heridas volvió al pelotón sin grandes problemas. Ayer, más de lo mismo para él en la primera parte de la etapa, montonera y caída entre otros tantos corredores, pero esta vez sólo unas heridas escondidas debajo de su chubasquero pero con peores consecuencias para la clasificación general.
El Tour muchas veces se ensaña con alguno de los favoritos, o bien los manda directamente para casa con alguna fractura o les hace perder tiempo y recuperación física con varias caídas. Con otros simplemente contribuye a lo que llaman la “suerte de los campeones”, aquella que rodea a aquellos que fluyen a la vez que esquivan sin problemas todo tipo de percances en la carrera.
Contador, como campeón, pocas veces ha podido disfrutar de dicha fortuna, más bien ha tenido que moverse sin desespero entre golpes, heridas, pequeños esguinces y alguna fractura. Ha sido tan habitual que casi podríamos relatar sus victorias a través de sus pérdidas. Tras tantos años muchos seguidores lo consideran un héroe. Sin embargo, su acto más épico fue salir de la tenebrosidad del estado de coma tras el accidente en la Vuelta a Asturias del 2004.
Los 48 segundos perdidos ayer para él en un día gris y lluvioso son debido a las dos caídas. La gran pregunta para todos es ahora saber cuan mermado está para conseguir otro triunfo en París.
Lo que nadie duda es de su capacidad para ver la claridad en los momentos más oscuros y, aún más importante, dirigirse hacia ella sin que nada lo atrape.