La Vanguardia

Phelps supera sus demonios

El nadador más laureado disputará los 100 y 200 m mariposa y los 200 m estilos

- SERGIO HEREDIA Barcelona

Un buen día, Michael Phelps (31) dijo en público: –A partir de ahora sólo nadaré en la playa. A mar abierto. Relajado y disfrutand­o de las olas.

Era el 2012. Acababa de recoger seis medallas en los Juegos de Londres. Llevaba 22 en el saco. Era el mejor nadador de todos los tiempos. Mejor que Spitz y que Thorpe.

Y estaba harto de entrenarse y de competir. De ganar cosas.

Lo que pasa es que se dejó asesorar mal. Así que se hartó muy pronto de las olas. Y entonces se pasó al alcohol. Ya era el 2014. Se sucedieron problemas con la justicia. Le sorprendie­ron conduciend­o borracho y lo pusieron contra las cuerdas: había incurrido en una DUI (driving under influence; conducción bajo la influencia del alcohol).

Era la segunda vez que eso ocurría, y el juez de Baltimore se planteaba

ÚLTIMO TRIUNFO EN EE.UU. “No quería perder mi última carrera en suelo estadounid­ense; no me lo podía permitir”

RELACIÓN CON SU TÉCNICO Bob Bowman supo encarrilar a Phelps en el 2014, ayudarle a superar sus problemas con el alcohol

condenarlo a un año de prisión: el magistrado tenía ante sí una patata caliente. Podía utilizar a Phelps como conejillo de indias. Convertir su castigo en un ejemplo para la sociedad. Aquí, Phelps estuvo hábil. Él, su médico y sus abogados admitieron su culpa ante el estrado y la justicia sustituyó la cárcel por diez meses bajo observació­n y 45 días de tratamient­o. Phelps ingresó en The Meadows, un centro pa- ra el cuidado de adicciones a una hora de Phoenix. Y también entró en Alcohólico­s Anónimos.

De todo aquello, aprendió mucho. De alguna manera, marketineó su historia. La contó en público y dijo que no pensaba beber nunca más. Nunca más o, al menos, hasta que no pasasen los Juegos de Río.

Es cierto: Phelps había dejado las olas y el alcohol y, como quien le da la vuelta al calcetín, volvía a competir. Se había ido a ver a Bob Bowman, su entrenador de toda la vida en Baltimore, y le había dado a entender lo siguiente: cada vez que se salía de la piscina, Phelps se perdía.

Bowman le escuchó, tal y como un padre escucha a su hijo: los progenitor­es de Phelps se habían separado cuando el nadador apenas contaba nueve años. Phelps ha declarado en más de una ocasión que ve en Bowman a su padre: cuando ambos se conocieron, Phelps tenía once años.

Naturalmen­te, Bowman lo reencaminó.

Ambos volvieron a Carolina Springs. Otra vez, tiradas de 5.000 m a 1.800 metros de altitud. Todo lo que Phelps había odiado. Se cuenta que, en más de una ocasión, Phelps le ha tirado una botella a la cabeza:

–¿Quieres matarme, o qué? –cuentan que voceaba el nadador, malhumorad­o por el volumen de trabajo.

Más de una y de dos veces se despidiero­n diciéndose que no querían volver a verse.

Y aquí están.

Este fin de semana, Michael Phelps se ha mostrado espléndido en los Trials estadounid­enses de natación.

Se ha apropiado de los 100 m y de los 200 m mariposa y de los 200 m estilos, y disputará todas esas pruebas en Río, escenario de sus quintos Juegos Olímpicos. Allí buscará sus 25 podios, algo que no está al alcance de nadie. Y luego, se marchará. Esta vez, sin mirar atrás. O eso declaraba él mismo ayer en Omaha. Al menos, así es como hablaba tras apropiarse de los 100 m mariposa (lo hizo en 51s00):

–Le dije a Bob (Bowman) que no quería perder mi última carrera en tierra estadounid­ense. Y lo he logrado. Están muy bien mis 51s00 en la distancia. Pero tengo claro que necesitaré ir mucho más deprisa en Río si quiero ganar el oro.

A partir de entonces, Phelps podrá concentrar­se en Boomer, su hijo de siete años. Dice que él quiere ser para Boomer ese mismo padre que él nunca tuvo.

Bowman aparte, claro.

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MARK J. TERRILL / AP Michael Phelps, durante su victoria en los 100 m mariposa, ayer

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