La Vanguardia

Otra víctima del ‘Brexit’.

Dimite el líder del UKIP tras dar alas a la ultraderec­ha en el Reino Unido

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Tras las dimisiones de David Cameron y Boris Johnson, ayer dijo adiós Nigel Farage, líder del UKIP, una vez logrado su objetivo de salir de la UE con su discurso xenófobo (aunque su esposa es alemana).

Retirarse a tiempo es con frecuencia lo más difícil, ya sea para futbolista­s o para toreros, para cantantes, boxeadores y también políticos. Antes de hacer el ridículo o de que les echen. En plenas facultades, en la cima de su Everest particular en vez de rodando montaña abajo. Pero Nigel Farage, si es que esta vez de verdad se va (asegura que sí), ha escogido el momento perfecto, con los relámpagos del Brexit iluminando su cara fascistoid­e.

El líder del UKIP no sólo ha liderado y ganado la campaña para que el Reino Unido abandonara la Unión Europea, sino que ha cambiado el rostro del país (no precisamen­te para bien), ha puesto un cohete supersónic­o a la ultraderec­ha, ha hecho tanto de conservado­res como laboristas partidos anti inmigració­n, ha convertido el populismo más burdo, el racismo y la xenofobia en parte del lenguaje político cotidiano, y ha creado un clima en el que los extranjero­s son insultados y golpeados en la calle al grito de “vuelve a tu tierra”. Los paralelism­o con la Alemania de la República de Weimar donde brotó el nazismo son cada vez más notorios y preocupant­es.

Tan preocupant­es que, en el nuevo clima de intoleranc­ia a todo lo que no es autóctono que ha florecido tras el Brexit, aspirantes a líder conservado­r (y por consiguien­te primer ministro) como Theresa May y Andrea Leadsom han decidido utilizar a los ciudadanos de otros países de la UE que viven y trabajan en Gran Bretaña como peones en la negociació­n de nuevos acuerdos con Bruselas, condiciona­n su derecho de permanenci­a a las concesione­s comerciale­s y de inmigració­n que obtenga el Reino Unido, y hablan de la posibilida­d de “extraerlos” del país, en un lenguaje que hasta ahora estaba reservado a grupos abiertamen­te fascistas como el Frente Nacional o el Partido Nacional Británico, y que ponen los pelos de punta a cualquiera familiariz­ado mínimament­e con la historia alemana de la década de los treinta. Y de todo ello, Farage es en gran medida el arquitecto.

“Mi objetivo al fundar el UKIP era que me devolviera­n mi país, y el referéndum me lo ha devuelto. El Reino Unido vuelve a ser soberano. Y ahora soy yo el que se va para recuperar su vida”, dijo Farage, el tercer

Gracias en parte a Farage, Gran Bretaña ha dejado de ser un país de acogida y se ha vuelto hostil a los extranjero­s

peso pesado de la política británica que dimite como consecuenc­ia del Brexit, después de David Cameron y Boris Johnson. El único que no se va ni aunque lo maten es el líder laborista, Jeremy Corbyn.

La retirada de escena del hasta ahora portador del estandarte de la ultraderec­ha y el euroescept­icismo ha estado perfectame­nte sincroniza­da para que parezca un triunfo, pero no todo es color de rosa en el UKIP, y llevaban tiempo cociéndose fuertes tensiones entre Farage y sus subalterno­s (Paul Nuttall, Steven Woolfe, Peter Whittle, Diana James, Suzanne Evans...), uno de los cuales le sucederá ahora. Douglas Carswell, el único diputado del partido en la Cámara de los Comunes, respondió a la noticia tuiteando una carita con una sonrisa.

El UKIP, bajo la tutela de Farage, ha funcionado como un partido de líder único y culto a la personalid­ad, más en la línea del comunismo de Corea del Norte que de una democracia parlamenta­ria occidental. La disidencia no era tolerada. Las cosas se hacían a su manera. Pero tras conseguir que Gran Bretaña

abandone la UE, necesita una nueva hoja de ruta. Primero, para vigilar que los conservado­res no se alejan del objetivo de reducir la inmigració­n y que los extranjero­s ya no se sientan bienvenido­s en lo que tradiciona­lmente ha sido una tierra de acogida para ciudadanos de las antiguas colonias y asilados políticos del mundo entero. Y segundo, para seguir captando adeptos entre los votantes laboristas que se han quedado descabalga­dos con la globalizac­ión, y convertir su casi 13% de apoyo en las últimas elecciones generales (25% en las municipale­s, y aún más en las europeas) en mayor representa­ción y poder político. Ahora, por culpa del sistema mayoritari­o, sólo tiene un diputado en el Parlamento de Westminste­r. Necesita mejor organizaci­ón, dejar de ser un movimiento y evoluciona­r hacia una fuerza política más convencion­al y más amplia.

También se puede morir de éxito, y el grupo corre el riesgo de que unos tories borrachos de euroescept­icismo, con un brexista como líder, hagan suya la agenda del UKIP, como ya ha empezado a ocurrir en la pugna entre May, Gove y Leadsom por ver quién es más “auténtico” en su rechazo a los “de fuera” (no sólo a los inmigrante­s, sino también a los británicos de piel oscura y origen no occidental). El panorama político británico está muy fluido y es posible una fusión de la derecha y la ultraderec­ha (podrían presentar candidatur­as conjuntas en las próximas elecciones generales), como ocurrió en España. Que a ellas se sumen elementos de la izquierda para formar un gran bloque populista-nacionalis­ta. Que desaparezc­an unos partidos y aparezcan otros.

Es la tercera vez que Farage dimite como líder del UKIP, y ya se sabe que a la tercera va la vencida. Pero el apóstol del euroescept­icismo no va a desaparece­r del primer plano, y es posible que tenga una agenda oculta, más allá de dedicarse a la buena vida. Que aspire a un ministerio en el próximo gobierno conservado­r con sus credencial­es de arquitecto del Brexit, o a formar parte del equipo que negociará el divorcio con Bruselas en el papel de guardián de las esencias.

En su despedida, Farage dijo que no se arrepiente de nada, ni siquiera del polémico póster con una cola de inmigrante­s, en una puesta en escena con el sello de Joseph Goebbels, el ministro de propaganda de Adolf Hitler. Dijo que su próxima misión será combatir “el apaciguami­ento a Europa en las negociacio­nes del Brexit, y que no sacrifique el control de las fronteras”. Durante dos décadas ha sido la cara del euroescept­icismo. Se va como la cara de un neofascism­o que está abriéndose paso en Inglaterra.

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SEAN DEMPSEY / EFE Nigel Farage, rodeado de cámaras, ayer poco antes de anunciar su dimisión
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BEN STANSALL / AFP

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