Por una democracia útil
Fèlix Riera defiende una utilización sensata del sistema de gobierno democrático: “Hace trescientos años que Pascal escribía: ‘La opinión mueve el mundo’. Hoy lo que mueve el mundo es lo que sienten los ciudadanos o, mejor dicho, los electores. Una constatación que han apreciado muchas fuerzas políticas de extrema derecha e izquierda y que es utilizada para sus propios fines. El sentimiento popular como herramienta política”.
Una de las paradojas de nuestro tiempo es ver cómo las democracias liberales están siendo socavadas por su elemento más esencial, votar. Antes se votaba para dar continuidad y prolongar los éxitos de un gobierno y ahora para cambiarlo. Se nos pregunta quién tiene miedo a la democracia, quién puede oponerse a la opinión de la mayoría, cómo se puede gobernar sin consultar los grandes temas a los ciudadanos. Una formulación en la que subyace una trampa, pues la pregunta no busca otra cosa que señalar quién es demócrata y quién no lo es. Una circunstancia que nos deja a merced de mensajes emocionales enviados por apologetas de las soluciones fáciles. De la razón de Estado, tan criticada, hemos pasado a la razón del pueblo, tan aplaudida. Hace trescientos años que Pascal escribía: “La opinión mueve el mundo”. Hoy lo que mueve el mundo es lo que sienten los ciudadanos o, mejor dicho, los electores. Una constatación que han apreciado muchas fuerzas políticas de extrema derecha e izquierda y que es utilizada para sus propios fines. El sentimiento popular como herramienta política. La manera de canalizarlo es llevando a la gente a votar aunque sea contra sus propios intereses, como hemos visto en el Reino Unido.
Encauzar la democracia y devolverle su sentido práctico en defensa de los intereses comunes sin que nadie quede señalado como perdedor: esa es la cuestión. Debemos preguntarnos cómo es posible que, en menos de diez años, valores fundamentales de la democracia como son la libertad, el pluralismo, la no violencia, la paz, la igualdad y el progreso ahora sean armas contra la misma democracia que les ha dado forma. Hoy se proclama que es necesario combatir el progreso económico para dar respuesta a la emergencia social. Se nos dice que la libertad debe subordinarse a la seguridad, que el pluralismo sólo se puede ejercer si beneficia a lo colectivo, aunque ello signifique sacrificar la opinión de los individuos. La respuesta es que Europa está asolada por fuertes vientos populistas que mueven a los ciudadanos como veletas, al poner en crisis la función mediadora y moderadora de la democracia en favor de dogmatismos opuestos que buscan acabar con el otro. La democracia no consiste en cambiar el mundo, sino en hacerlo mejor.