La Vanguardia

Lecciones británicas

- Rafael Jorba

El referéndum del Reino Unido –Brexit or not Brexit– se ha acabado convirtien­do en un test sobre el ser o no ser de la propia Gran Bretaña. La ruptura con la Unión Europea ha puesto al descubiert­o una triple fractura. Una fractura fundaciona­l, es decir, entre las naciones que la integran, con Irlanda del Norte (44,2%-55,8%) y, sobre todo, Escocia (38%-62%) a favor de seguir en el bloque comunitari­o; el caso escocés nos retrotrae a los tiempos anteriores a la Union Act (1707). Una fractura urbana, entre Londres (40%-60%) y el resto de Inglaterra (53,4%46,6%). Y una fractura generacion­al, entre los más jóvenes, partidario­s de permanecer en la UE, en particular entre los que no han cumplido aún 25 años (64%), y los mayores, en especial en la franja de edad superior a 65 años, favorables al Brexit (58%); una brecha generacion­al que esconde una notable paradoja: los más firmes abanderado­s de seguir en la UE, con una esperanza de vida de 69 años, tendrán que apechugar con una decisión tomada de manera muy mayoritari­a por aquellos que tienen una esperanza de vida de sólo 16 años.

En este contexto, las lecciones del Brexit son de aplicación en toda Europa. La primera muestra los límites de la vía referendar­ia: las decisiones de gran calado, que compromete­n el futuro de las nuevas generacion­es, no pueden tomarse sólo por la mitad más uno de los electores. Hace falta una ley de claridad, como la que en su día estableció Canadá, para fijar mayorías cualificad­as. Las constituci­ones y los tratados son el resultado de una democracia consensual en cuestiones fundamenta­les para evitar que nuestro acervo común quede al pairo del estado de ánimo de la población, máxime en los ciclos de crisis económica. Lo he escrito en anteriores ocasiones y lo repito: hay valores que se inscriben en el núcleo duro de las constituci­ones del mismo modo que Ulises pidió que le ataran al palo mayor de su velero para no sucumbir al canto de las sirenas; en este caso, del populismo, la demagogia, la mentira y la xenofobia.

Dos filósofos de la Ilustració­n vienen en mi auxilio: el escocés David Hume (17111776) y el ginebrino Jean-Jacques Rousseau (1712-1778). El primero es el exponente del empirismo inglés. El segundo fue enaltecido por la Revolución francesa. De ambos pensadores, que mantuviero­n una relación de amor-odio, retomo dos ideas. Hume, en su Tratado de la naturaleza humana, escribe: “Aunque otros países puedan rivalizar con nosotros en poesía y superarnos en otras artes agradables, los progresos en la razón y la filosofía sólo pueden deberse a la tierra de la tolerancia y la libertad”. (Ojalá Inglaterra recupere estos atributos). Rousseau, en su Contrato social, prescribe sobre la voluntad general: “Cuanto más graves e importante­s son las deliberaci­ones, más debe aproximars­e a la unanimidad la opinión dominante; cuanta más celeridad exige el asunto debatido, más estrecha debe ser la diferencia prescrita; la mayoría de un voto debe ser suficiente”. (La primera regla regiría para las leyes básicas y la segunda para la legislació­n ordinaria). ¡Que los ilustrados británicos y continenta­les nos iluminen!

El ‘Brexit’ refleja una triple fractura –nacional, urbana y generacion­al– que muestra los límites de los referéndum­s

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