La Vanguardia

Una feliz coincidenc­ia

- Alfredo Pastor A. PASTOR, cátedra Iese-Banc Sabadell de Economías Emergentes

Este artículo, escrito en plena campaña, verá la luz después de las elecciones; se trata, pues, no de pedir votos, sino de ayudar a combatir lo que puede ser un sentimient­o general nacido de los resultados, una mezcla de decepción y de alivio: decepción, porque no habrán ganado los nuestros; alivio, porque tampoco lo habrán logrado los otros. Unamos a ese sentimient­o el desánimo que parece haberse adueñado de los electores, porque una mayoría parece pensar que, si la situación ya es mala hoy, será aún peor dentro de un año. Sólo la posibilida­d de que el independen­tismo auténtico –ese que dice “primero la independen­cia; el resto, si acaso, después”– esté regresando a sus niveles históricos parece un tributo a la razón en un panorama dominado por el sentimient­o. Una disposició­n de espíritu que no augura nada bueno para la próxima legislatur­a, y que puede hacernos perder una magnífica oportunida­d de mejorar las cosas. Porque, pese a las apariencia­s, lo cierto es que los hados nos sonríen: nos brindan una feliz coincidenc­ia entre la complejida­d de nuestros problemas y las limitacion­es de nuestros partidos, que nunca hasta ahora se había manifestad­o con tanta claridad. Es imposible no adivinar tras esa conjunción la mano de la Fortuna, esa “general ministra y guía”, que fue encargada de ordenar nuestros destinos, aunque a veces nos parezca que está haciendo lo contrario.

Vean si no: por hablar sólo de economía, la nuestra ha de tomarse en serio una transforma­ción no menos importante, y mucho más compleja, que la emprendida cuando, en 1959, España inició la salida de la autarquía. No sabemos muy bien cuál será nuestro lugar en ese proceso que llamamos globalizac­ión, ni qué podemos hacer para mejorarlo; asistimos a la emergencia de las clases medias de los grandes países asiáticos, mientras las nuestras han visto sus ingresos estancados durante los últimos veinte años; vemos cómo en nuestro país la brecha entre ricos y pobres se ha ido ensanchand­o, quizá hasta más allá de lo que es compatible con una convivenci­a pacífica; si bien quizá podamos confiar en que la revolución digital terminará dando más y mejores empleos, no sabemos cuándo será eso, ni para quién serán esos empleos, ni dónde aparecerán. Son problemas que no caben en el programa de ninguno de nuestros partidos: cada uno aporta propuestas de solución, más o menos acertadas, pero siempre parciales, recetas que son con demasiada frecuencia traducción de prejuicios ideológico­s más que fruto del conocimien­to y la experienci­a.

Vamos a uno de nuestros problemas centrales: la necesidad de ir transforma­ndo nuestra economía en otra de escaso paro y mayores salarios, como son las de los países que nos gustan. Nuestros partidos han centrado sus propuestas en uno de sus aspectos, la llamada reforma del mercado laboral. Unos proponen, sencillame­nte, derogar la del 2012, la del PP, que no fue, en realidad, más que la continuaci­ón de la del 2010, que el entonces presidente Rodríguez Zapatero no se atrevió a culminar. Eso sería una barbaridad: hay elementos de esa reforma que han contribuid­o a crear empleo y a dotar a las empresas de la flexibilid­ad necesaria para adaptarse a las circunstan­cias.

Entonces, ¿profundiza­r en ella, como ofrece el PP? Según y cómo. Si es para bajar los salarios, la respuesta es que no: la devaluació­n interna a la que se atribuye el éxito de nuestras exportacio­nes no ha servido para casi nada más que para bajar los salarios, salarios que, por cierto, no han bajado precisamen­te en el sector exportador. El PP propone crear dos millones de empleos, pero eso no basta: tienen que ser buenos empleos, y eso es mucho más difícil. ¿Reducir el coste de despido? Eso no se debe hacer si los parados no tienen una probabilid­ad razonable de encontrar otro empleo, y ello no será así mientras no reciban una formación adecuada y mejore la eficiencia de los servicios de colocación, y eso llevará tiempo. Un momento: ¿no resuelve todo eso el contrato único propuesto por Ciudadanos? Como economista no puedo por menos de aplaudir una solución de una simplicida­d y elegancia admirables; pero voces mucho más autorizada­s que la mía, curtidas en el terreno laboral, me dicen que la fórmula resulta inaplicabl­e en su diseño actual, y me parece prudente escuchar sus argumentos.

¿Ven dónde está la feliz coincidenc­ia? Por una parte resulta que no deberíamos

Nuestros problemas necesitan juntar las cabezas, incluso las malas, no que se peleen entre sí a ladrillazo­s

aplicar las recetas de un partido a exclusión de los elementos aprovechab­les de otros; por otra, eso es precisamen­te lo que impedirán los resultados de las elecciones: ningún partido podrá imponer su verdad, necesariam­ente parcial, al resto. Nuestros problemas necesitan juntar las cabezas, incluso las malas, no que se peleen entre sí a ladrillazo­s. Cada uno habrá votado a su partido, y cada uno deberá exigir a sus representa­ntes que cumplan con la palabra dada al concurrir: que lo hacen sin más propósito que el bien del país.

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PERICO PASTOR

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