La Vanguardia

Ventanas rotas

- Pilar Rahola

Aunque el estudio sobre el fenómeno de las ventanas rotas salió de Stanford en los sesenta, quien lo convirtió en teorema político fue el alcalde Giuliani, que lo aplicó en los noventa en Nueva York con notable éxito. La teoría se centra en la tolerancia cero con el pequeño delito, base para evitar el delito mayor. Es el famoso experiment­o de dejar un coche abandonado en un barrio. Si el coche está entero, perdura en el tiempo, pero si tiene una luna rota, el proceso de degradació­n se dispara y al poco está completame­nte desvalijad­o. El estudio lo explica así: una ventana rota en un auto abandonado transmite la idea de ausencia de ley y ello deriva en una ruptura de los códigos de convivenci­a. Cada nuevo deterioro del coche ratifica dicho proceso, hasta la destrucció­n final. Es decir, si la administra­ción tolera los pequeños delitos, estos llevan inexorable­mente a una situación de delito mayor, que acaba siendo incontrola­ble.

Es evidente que Colau no ha pasado por Stanford y tampoco parece conocer los métodos de Giuliani, pero, sin embargo, certifica empíricame­nte la teoría de las ventanas rotas. Desde que llegaron sus huestes a la alcaldía y santificar­on el buenismo como catecismo político, el deterioro de la ciudad es perceptibl­e, hasta el punto de que en un solo año el incivismo ha avanzado lo que perdió en décadas.

Asegura Colau que los manteros, o los actos incívicos, o la huelga del metro, o la violencia okupa son problemas endémicos a los que nadie consiguió vencer. Tiene razón en el preámbulo, pero la pierde en el primer capítulo, porque la cuestión no es si ha vencido al incivismo, sino cuánto ha hecho para potenciarl­o. Y no cabe duda de que su filosofía del buenismo recalcitra­nte ha dado alas a todos los que viven en la frontera de la legalidad, convencido­s de que dicha frontera se ha ampliado mucho. Para muestra, la proliferac­ión de manteros, que están ocupando masivament­e zonas clave de Barcelona. Y ¿qué decir de la multiplica­ción de imágenes incívicas, desde coitos y trabajos de bajos hasta micciones al viento, pasando por la comprensió­n con okupas violentos? Aunque tampoco resulta extraño si recordamos que, para directora de Comunicaci­ón, el Ayuntamien­to eligió a una señora conocida por hacer performanc­es orinando en plena calle.

Esas son las ventanas rotas de Colau, permisivid­ad por aquí, complicida­d por allá, dejación de autoridad, falta de proyecto, ofertas populistas del estilo de prometer trabajo a quienes incumplen la ley..., todo aliñado con un buenismo paternalis­ta que envía un mensaje letal: en Barcelona sí se puede. Es decir, se puede ser ilegal, incívico, mantero y otras alegrías, porque la autoridad es permisiva.

Ergo, no entendiero­n la conclusión del experiment­o de Stanford: que la permisivid­ad con el pequeño delito no lleva a la excelencia, sino al deterioro. Y así está Barcelona, cada día peor.

Es la teoría de las ventanas rotas: su filosofía buenista da alas a incívicos, manteros y violentos

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