Cuadernos salvadores
No habría tenido que pasar por aquella humillación de empollón si Àngels Navarro se hubiese avanzado cuarenta años
Veo en las librerías dos cuadernos que ya hubiera querido tener de estudiante. A pesar de que en la portada pone que son cuadernos sólo para adultos yo siempre fui un chico muy avanzado y me hubieran ido de perlas. Cada verano me pasaba lo mismo. Nos instalábamos con mi abuela en Matadepera y mis padres iban y venían cada día de la zapatería de Nou Barris. Yo era muy repelente. Sacaba buenas notas, llevaba gafas Peque, era un patata jugando a fútbol y sólo me defendía un poco yendo en bici, con mi BH verde. Pedaleando me sentía otro. Botábamos por los caminos forestales y, cuando íbamos por la calle, colocábamos una carta de póquer sujeta con una pinza de tender a la rueda trasera para que pareciera que era una bici con motor. El problema era que los otros del grupo eran unos pésimos estudiantes y cada verano dejaban colgadas un puñado de asignaturas. Por la mañana tenían que ir a repaso y por la tarde les obligaban a hacer deberes en sus cuadernos. Mi problema era vespertino. Por la mañana, había días que incluso les acompañaba a la parada del coche de línea en la carretera, justo al lado del cuartel de la Guardia Civil. El bus tiraba hacia Terrassa y ellos me miraban con envidia por el retrovisor. Después de despedirles agitando una mano, volvía a casa para pillar la bici e ir a hacer encargos por el pueblo.
Pero las tardes eran terribles. A la hora del sol algunos padres los acogían en algún jardín sombrío y los tenían un par de horas haciendo ejercicios en sus cuadernos de verano. Yo me sentía completamente desplazado. Me pirraba por tener uno de aquellos cuadernos. Intenté llevar algún volumen de la enciclopedia ArgosVergara o un libro de la colección Dime (Dime qué, Dime quién, Dime dónde, Dime por qué), pero nada era comparable a tener delante un cuaderno de ejercicios capaz de absorber la atención de alguien durante un par de horas. Hubiera querido suspender retroactivamente alguna asignatura para ser uno más de ellos, y cada septiembre me proponía en vano ser peor estudiante, dejar alguna asignatura para verano y entonces hacerme el interesante con un cuaderno de ejercicios bajo el brazo yendo a Terrassa a repaso con los chicos y, sobre todo, con las chicas. No habría tenido que pasar por aquella humillación de empollón si Àngels Navarro se hubiese avanzado cuarenta años de nada y hubiese publicado entonces sus Quaderns de vacances (Platja o Muntanya )de ahora (Columna). Son de ejercicios, pero motivadores: tests, entretenimientos lógicos, enigmas, trabalenguas y todo tipo de pasatiempos capaces de absorbernos un par de horas, tanto si estamos de vacaciones en la playa como si vamos a la montaña. Y en catalán. Queda claro que nací cuarenta años demasiado pronto. ¿Doctor, eso tiene remedio?