La Vanguardia

Cuadernos salvadores

No habría tenido que pasar por aquella humillació­n de empollón si Àngels Navarro se hubiese avanzado cuarenta años

- Màrius Serra

Veo en las librerías dos cuadernos que ya hubiera querido tener de estudiante. A pesar de que en la portada pone que son cuadernos sólo para adultos yo siempre fui un chico muy avanzado y me hubieran ido de perlas. Cada verano me pasaba lo mismo. Nos instalábam­os con mi abuela en Matadepera y mis padres iban y venían cada día de la zapatería de Nou Barris. Yo era muy repelente. Sacaba buenas notas, llevaba gafas Peque, era un patata jugando a fútbol y sólo me defendía un poco yendo en bici, con mi BH verde. Pedaleando me sentía otro. Botábamos por los caminos forestales y, cuando íbamos por la calle, colocábamo­s una carta de póquer sujeta con una pinza de tender a la rueda trasera para que pareciera que era una bici con motor. El problema era que los otros del grupo eran unos pésimos estudiante­s y cada verano dejaban colgadas un puñado de asignatura­s. Por la mañana tenían que ir a repaso y por la tarde les obligaban a hacer deberes en sus cuadernos. Mi problema era vespertino. Por la mañana, había días que incluso les acompañaba a la parada del coche de línea en la carretera, justo al lado del cuartel de la Guardia Civil. El bus tiraba hacia Terrassa y ellos me miraban con envidia por el retrovisor. Después de despedirle­s agitando una mano, volvía a casa para pillar la bici e ir a hacer encargos por el pueblo.

Pero las tardes eran terribles. A la hora del sol algunos padres los acogían en algún jardín sombrío y los tenían un par de horas haciendo ejercicios en sus cuadernos de verano. Yo me sentía completame­nte desplazado. Me pirraba por tener uno de aquellos cuadernos. Intenté llevar algún volumen de la encicloped­ia ArgosVerga­ra o un libro de la colección Dime (Dime qué, Dime quién, Dime dónde, Dime por qué), pero nada era comparable a tener delante un cuaderno de ejercicios capaz de absorber la atención de alguien durante un par de horas. Hubiera querido suspender retroactiv­amente alguna asignatura para ser uno más de ellos, y cada septiembre me proponía en vano ser peor estudiante, dejar alguna asignatura para verano y entonces hacerme el interesant­e con un cuaderno de ejercicios bajo el brazo yendo a Terrassa a repaso con los chicos y, sobre todo, con las chicas. No habría tenido que pasar por aquella humillació­n de empollón si Àngels Navarro se hubiese avanzado cuarenta años de nada y hubiese publicado entonces sus Quaderns de vacances (Platja o Muntanya )de ahora (Columna). Son de ejercicios, pero motivadore­s: tests, entretenim­ientos lógicos, enigmas, trabalengu­as y todo tipo de pasatiempo­s capaces de absorberno­s un par de horas, tanto si estamos de vacaciones en la playa como si vamos a la montaña. Y en catalán. Queda claro que nací cuarenta años demasiado pronto. ¿Doctor, eso tiene remedio?

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