Prejuicio e intimidación
Concluido el escrutinio de las urnas del domingo 26 de junio, empezaba el intento de explicar las sorpresas. Esta vez se rompía la costumbre según la cual todos los líderes en su comparecencia nocturna buscaban incansables el término de comparación que les permitiera cantar victoria. Al menos Pablo Manuel Iglesias, de Podemos, y Pedro Sánchez, del Partido Socialista, reconocían que no habían ganado.
El Roto aportó el dictamen más certero en la leyenda de su viñeta del diario El País el pasado 30 de junio, según la cual “resulta que las redes sociales no eran la realidad”. Esclarecedora sentencia que merece analizarse con atención. En particular el predicado la realidad y el adverbio no, cuya suma impide que las redes sociales y la realidad queden identificadas, se reduzcan a ser una y la misma cosa. En breve, que la realidad sobrepasa el perímetro de las redes. De acuerdo con El Roto las redes serían tan sólo un elemento de la realidad, de composición mucho más compleja. Cuestión distinta es que el poder hipnótico de las redes produzca ensimismamientos degenerativos en los usuarios.
Sabemos que la energía nuclear tiene aplicaciones opuestas, en el ámbito bélico para destruir y en el medicinal para curar. Esa doble aplicación, apocalíptica y terapéutica, es propia de las tecnologías de doble uso, capaces de salvar o aniquilar. En particular, las redes sociales sirven tanto para conectar gentes con diferentes perspectivas e ideologías como para reforzar sus prejuicios más sectarios; impulsan tanto el consenso como la discordia aproximando posiciones o difundiendo falsedades y mitos; favorecen tanto el entendimiento como la polarización y el bloqueo; instalan tanto el civismo más enaltecedor como el antagonismo más cainita.
Obsérvese cómo durante la pasada campaña electoral la derecha pepera supo agitar el fantasma del miedo a Podemos para cosechar los votos de la servidumbre incondicional. También, al otro lado del espectro, Podemos hizo un manejo portentoso de las redes para intimidar a los medios y amedrentar a los periodistas que osaban criticarles, echándoles encima esa jauría digital que disuade. Continuará.