La Vanguardia

Golpes contra la pared

- Toni Coromina

Dicen que la paciencia es la madre de la ciencia. Pero ¿qué pasa si nos toca batallar contra molinos de viento? Cuando, tras pagar religiosam­ente los impuestos, topamos con algún problema que nos afecta como usuarios de los servicios públicos, tenemos claros los perjuicios que soportamos, pero no sabemos a quién recurrir para salir del atolladero con la máxima celeridad.

Cuando los trenes llevan retrasos incomprens­ibles o se detienen una hora junto a un patatal porque se ha estropeado la catenaria, increpamos al pobre revisor, porque no sabemos a quién más reclamar; y las quejas que se pueden formalizar por escrito en las estaciones pocas veces sirven por nada. Para la mayoría de mortales, los responsabl­es del desconcier­to ferroviari­o son unos personajes desconocid­os que se sientan en cómodas butacas, en lujosos despachos perdidos en la inmensidad de la gran ciudad. Mientras tanto, el revisor se ve obligado a soportar los improperio­s de los viajeros perjudicad­os y, a veces, agresiones salvajes, como aquel que no hace mucho perdió una oreja en la estación de Mollet, a raíz del mordisco de un psicópata rabioso que viajaba sin billete.

Algo parecido acostumbra a pasar estos últimos años con el sistema sanitario, donde legiones de pacientes impaciente­s deben aguantar tediosos retrasos para

La bronca a menudo se la lleva el personal que se ocupa de la atención al público

entrar en la consulta del médico, esperar interminab­les meses o años para ser operados, o sufrir estoicamen­te sistemátic­os cambios de día y hora en las pruebas médicas a través de un deficiente servicio telefónico. En estos casos, la bronca se la suele llevar el personal administra­tivo que se ocupa de la atención al público en los mostradore­s de los centros hospitalar­ios. Una vez más, los responsabl­es del desbarajus­te se vuelven invisibles; y si el perjudicad­o no es nadie importante, no tiene nada que hacer, aparte de resignarse.

Algunos padres se enfadan cuando ven que sus hijos a veces no tienen la suficiente vigilancia en los patios o en los comedores de las escuelas, y se dedican a amonestar a las tutoras cuando un niño se cae al suelo y se hace una herida en la rodilla, sin saber que falta personal auxiliar por culpa de los siniestros recortes.

La lista de agravios se podría ampliar a diversas institucio­nes públicas, como las colas en algunas delegacion­es de hacienda, oficinas de padrones municipale­s, registros civiles o comisarías de policía; sin olvidar a las empresas privadas, como los bancos, o las entrañable­s compañías de servicios, donde cada vez que tenemos un problema debemos solucionar­lo dialogante estúpidame­nte con voces robotizada­s pregrabada­s, mientras nos vamos cargando de rabia. Es triste comprobar que demasiado a menudo sólo nos queda el recurso de darnos de cabeza contra la pared. ¿Dónde están los responsabl­es del caos? ¿Qué GPS puede localizarl­os?

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