Golpes contra la pared
Dicen que la paciencia es la madre de la ciencia. Pero ¿qué pasa si nos toca batallar contra molinos de viento? Cuando, tras pagar religiosamente los impuestos, topamos con algún problema que nos afecta como usuarios de los servicios públicos, tenemos claros los perjuicios que soportamos, pero no sabemos a quién recurrir para salir del atolladero con la máxima celeridad.
Cuando los trenes llevan retrasos incomprensibles o se detienen una hora junto a un patatal porque se ha estropeado la catenaria, increpamos al pobre revisor, porque no sabemos a quién más reclamar; y las quejas que se pueden formalizar por escrito en las estaciones pocas veces sirven por nada. Para la mayoría de mortales, los responsables del desconcierto ferroviario son unos personajes desconocidos que se sientan en cómodas butacas, en lujosos despachos perdidos en la inmensidad de la gran ciudad. Mientras tanto, el revisor se ve obligado a soportar los improperios de los viajeros perjudicados y, a veces, agresiones salvajes, como aquel que no hace mucho perdió una oreja en la estación de Mollet, a raíz del mordisco de un psicópata rabioso que viajaba sin billete.
Algo parecido acostumbra a pasar estos últimos años con el sistema sanitario, donde legiones de pacientes impacientes deben aguantar tediosos retrasos para
La bronca a menudo se la lleva el personal que se ocupa de la atención al público
entrar en la consulta del médico, esperar interminables meses o años para ser operados, o sufrir estoicamente sistemáticos cambios de día y hora en las pruebas médicas a través de un deficiente servicio telefónico. En estos casos, la bronca se la suele llevar el personal administrativo que se ocupa de la atención al público en los mostradores de los centros hospitalarios. Una vez más, los responsables del desbarajuste se vuelven invisibles; y si el perjudicado no es nadie importante, no tiene nada que hacer, aparte de resignarse.
Algunos padres se enfadan cuando ven que sus hijos a veces no tienen la suficiente vigilancia en los patios o en los comedores de las escuelas, y se dedican a amonestar a las tutoras cuando un niño se cae al suelo y se hace una herida en la rodilla, sin saber que falta personal auxiliar por culpa de los siniestros recortes.
La lista de agravios se podría ampliar a diversas instituciones públicas, como las colas en algunas delegaciones de hacienda, oficinas de padrones municipales, registros civiles o comisarías de policía; sin olvidar a las empresas privadas, como los bancos, o las entrañables compañías de servicios, donde cada vez que tenemos un problema debemos solucionarlo dialogante estúpidamente con voces robotizadas pregrabadas, mientras nos vamos cargando de rabia. Es triste comprobar que demasiado a menudo sólo nos queda el recurso de darnos de cabeza contra la pared. ¿Dónde están los responsables del caos? ¿Qué GPS puede localizarlos?