Penaltis de ‘spaghetti western’
S i los escudos de las camisetas son las banderas de la batalla, la tanda de penaltis es lo más parecido a un duelo. Dos caballeros mirándose de hito en hito, apuntando, dando los pasos correctos, ni muchos ni pocos. Un solo disparo. Los padrinos guardan una cierta distancia. En principio no intervienen. Desde el centro del campo se abrazan, unos miran a la portería, otros de espaldas, algunos con los ojos cerrados. Es cierto que nadie lanza el guante, pero el portero lleva manoplas. Y es verdad que las armas de uno y otro son distintas, aunque lo vital no es si chutas o paras, sino la fuerza mental, el poder psicológico y el control del miedo, especialmente del que dispara. No es fácil activar el comando Gary Cooper y estar
Sólo ante el peligro.
Tiene retranca cómo cada idioma ha bautizado al penalti: en castellano se habla de pena máxima, en alemán se usa elfmeters chissen (lanzamientos desde los once metros). En francés el término es pénalité y en italiano, tal vez, la acepción que más juego polisémico da es calcio di rigore o simplemente rigore, concepto que va más allá del rigor en sí y abraza significados como severidad y precisión. Si nuestros admirados azzurri hubiesen sido más rigurosos tirando los penaltis contra Alemania, estarían en semifinales. Sin embargo, eligieron de manera errónea sus armas, les falló el pulso y sobre todo marcaron muy mal los pasos.
En el duelo con pistolas, la tradición habla de diez, pero podían ser menos si la afrenta era muy grave. En la tanda decisiva ante Neuer, la ansiedad atenazó a varios canonieri italianos. Pellè dio 14 pasos y Zaza hasta 20. Inguardabile (imposible de mirar), lamentaba en La
Gazzeta dello Sport al día siguiente. No sabían cómo arrancar ni dónde lanzar, sólo deseaban que el mal trago acabara. En el otro bando, varios lanzadores alemanes también erraron... pero por lo opuesto, por apenas coger carrerilla. Marcar penaltis a balón parado sólo lo hacía Sócrates (admirado futbolítico brasileño). Özil o Müller, que apenas dieron dos pasos, no llegan a tanto. Quisieron resolver pronto y telegrafiaron la curva del balón.
Un visionado rápido a la tanda que dio la gloria a Italia frente a Francia en la final del Mundial 2006 es un manuale de amore al rigore bien chutado. Entonces el que erró fue el francés Trézeguet, el mismo que seis años antes arrebató el título a los transalpinos con un gol de oro en la prórroga.
Los italianos volverán por sus fueros y seguramente con la lección aprendida, no en vano son los inventores del
Spaghetti western y los dominadores olímpicos de la más bella forma de duelo físico que existe: la esgrima. También del arte del florete político, pero eso requeriría una serie entera. ¿Se imaginan? En la portería, Maquiavelo, en la defensa, Gramsci, Togliatti, Andreotti y Craxi, en la media Napolitano y Berlusconi…