Mártires del ‘made in Italy’
La muerte de nueve italianos en el atentado de Bangladesh causa una gran conmoción
Italia se sabe desde hace tiempo objetivo del terrorismo islámico, por situación geográfica y por albergar el Vaticano. El ejército está muy presente en las calles. En Roma, los soldados vigilan, con armas en la mano, desde las estaciones de metro hasta las heladerías de la plaza Navona. Pero el zarpazo yihadista ha llegado a miles de kilómetros, en Bangladesh. La muerte de nueve italianos en el atentado de Dacca, el sábado pasado, ha conmocionado al país por su brutalidad, porque extiende el sentimiento de vulnerabilidad y crea angustia entre los miles de personas que se mueven por el mundo por motivos profesionales.
El presidente de la República, Sergio Mattarella, suspendió su viaje oficial a México para poder asistir ayer, en el aeropuerto de romano Ciampino, a la llegada de los féretros en un Boeing de transporte de la Fuerza Aérea. Italia no vivía una tragedia de esta magnitud desde el atentado de Nassiriya (Iraq), en noviembre del 2003, contra sus militares. Esta vez el hecho es si cabe más grave porque se trata de civiles indefensos, casi todos hombres y mujeres en misiones para sus empresas, la mayoría del sector textil.
Los nueve asesinados en el restaurante de Dacca son vistos, en cierta forma, como mártires del made in Italy. No es ninguna frivolidad ni falta de respeto. Todo lo contrario. Forman parte de lo que el director de La Repubblica, Mario Calabresi, describió como “el ejército invisible que surca el mundo”. Ellos han sido y son un componente fundamental de la economía italiana después de la II Guerra Mundial, muy centrada en la exportación. No hay sólo ejecutivos de grandes empresas multinacionales. También buscan clientes en los cinco continentes los representantes de compañías medias y pequeñas que fabrican o venden productos muy especializados, ese made in Italy del que el país se siente tan orgulloso. La expresión made in Italy se usa mucho para referirse a la industria italiana, a su ingenio, capacidad de innovación, alta calidad, especialización y agresividad comercial.
Entre los muertos había personas que vivían en Bangladesh desde hacía dos decenios, como Nadia Benedetti, de 52 años, natural de Viterbo. Otras estaban de paso y tenían billete para regresar a Italia al día siguiente. Una de ellas era Simona Monti, de 33 años, encargada del control de calidad de una fábrica textil. Estaba embarazada. Entre las víctimas italianas –cuatro hombres y cinco mujeres– había representantes de diversas regiones del norte, centro y sur.
Especialmente dramático fue el destino del matrimonio formado por Claudia Maria D’Antona, de 56 años, y su marido, Galeazzo Boschetti. Ella murió. D’Antona traía cada año a Bangladesh a cirujanos plásticos italianos para que operaran a chicas desfiguradas por el ácido. Su esposo se salvó porque había salido al jardín para llamar por teléfono y se ocultó detrás de un arbusto. Desde allí oyó los gritos de su mujer, pero no se movió. De haber sido descubierto, también él hubiera sido degollado. Algunos han criticado su actitud. Ayer el diario turinés La Stampa le dedicó un comentario, bajo el título de “El superviviente”. Su autor instaba a no juzgarle a la ligera porque fue la reacción innata de un ser humano en una situación límite.