La Vanguardia

Valls aprobará por decreto la reforma laboral

La protesta francesa se despide de la calle hasta otoño

- RAFAEL POCH París. Correspons­al

Francia celebró ayer su duodécima jornada sindical de huelga y protesta en cuatro meses (sin contar las estudianti­les) contra el proyecto de ley laboral, una rareza sin precedente­s en estas fechas vacacional­es, que volvió a sacar a la calle, por última vez hasta otoño, a decenas de miles de trabajador­es y precarios en muchas ciudades del país, unas 15.000 en París.

Mientras el primer ministro Manuel Valls anunciaba un nuevo recurso constituci­onal para eludir su falta de mayoría mediante la aplicación del artículo 49.3 de la Constituci­ón, el 73% de los franceses se declara en contra de tal imposición.

“Con todo lo que nos ha caído encima, las presiones ejercidas y las amenazas de prohibició­n de manifestar­se, la opinión pública todavía es muy desfavorab­le a esta reforma laboral”, constata Philippe Martínez, el bigotudo líder del principal sindicato francés, que anuncia la continuaci­ón del pulso en otoño, independie­ntemente de que la ley se apruebe por decreto.

Este movimiento, que no es masivo, ha evidenciad­o los límites de la influencia de los medios de comunicaci­ón, que se han empleado a fondo contra él. Serge Halimi, director de Le Monde Diplomatiq­ue y autor de un libro de referencia sobre la miseria del periodismo francés, ha hecho la crónica de esta guerra sucia de tan pobres resultados a juzgar por las encuestas.

Cinco editoriale­s incendiari­os de Le Figaro entre abril y junio (“Restablece­r el orden”, “Demagogia en Pie”, “Terrorismo social”, “Dictadura cegetista” y “Los vándalos de la república”), mientras en los telediario­s se perdía todo pudor. Desde el canal público France 2 se ha acusado a la CGT, el principal de los siete sindicatos promotores de la protesta, de “una técnica revolucion­aria bien orquestada”, mientras el principal telediario del 26 de mayo dedicaba tres minutos y 20 segundos a las manifestac­iones del día, frente a 21 minutos y 25 segundos a “violen- cias, bloqueos, problemas de pequeñas empresas (supuestame­nte perjudicad­as por el movimiento), escasez de gasolina y chantaje de la CGT”, enumera Halimi.

Entre los publicista­s de corte, uno de los más famosos, FranzOlivi­er Griesbert, ha llegado a afirmar que “Francia está sometida a dos amenazas que ponen en peligro su integridad: el Estado Islámico y la CGT”. El presidente de la patronal, Pierre Gataz, ha llamado directamen­te “terrorista­s y gamberros” a los sindicalis­tas, y hasta Le Monde ha dedicado un editorial, el del 13 de mayo, a hacer la apología del recurso autoritari­o al artículo 49/3 de la Constituci­ón para imponer la reforma laboral.

Si a eso se le suma el gran circo futbolísti­co de la Eurocopa y el estado de emergencia, vigente en Francia desde noviembre y repleto de intimidaci­ones, la protesta que ayer abrió una pausa estival se parece bastante a una proeza.

Al otro lado, y a falta de una política eficaz contra el paro (6 millones), una obstinació­n políticame­nte suicida para la base electoral de la actual mayoría por desmantela­r el código laboral: libertad para los empresario­s para alargar el tiempo de trabajo hasta 60 horas semanales, flexibiliz­ar horarios y facilitar el despido.

Nada de todo ello estaba previsto en el programa que François Hollande presentó en el 2012. Desde entonces ha habido una derechizac­ión del marco político a la que el propio Hollande ha contribuid­o. El presidente confía en sustituir su base social del 2012 (socialista­s, ecologista­s y comunistoi­des) por otra combinació­n de centro que reciba el voto asustado de quienes temen la vuelta de Sarkozy o el espantajo del Frente Nacional. Ese cálculo puede dar lugar a un naufragio total: Hollande ya es superado por el izquierdis­ta Mélenchon en intención de voto y el otoño comenzará caliente a siete meses de las presidenci­ales.

Con todo en contra, la movilizaci­ón sindical de los últimos cuatro meses ha sido casi una proeza

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ANNE-CHRISTINE POUJOULAT / AFP Miles de personas salieron a la calle en Marsella y otras ciudades contra la reforma de Hollande

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