Valls aprobará por decreto la reforma laboral
La protesta francesa se despide de la calle hasta otoño
Francia celebró ayer su duodécima jornada sindical de huelga y protesta en cuatro meses (sin contar las estudiantiles) contra el proyecto de ley laboral, una rareza sin precedentes en estas fechas vacacionales, que volvió a sacar a la calle, por última vez hasta otoño, a decenas de miles de trabajadores y precarios en muchas ciudades del país, unas 15.000 en París.
Mientras el primer ministro Manuel Valls anunciaba un nuevo recurso constitucional para eludir su falta de mayoría mediante la aplicación del artículo 49.3 de la Constitución, el 73% de los franceses se declara en contra de tal imposición.
“Con todo lo que nos ha caído encima, las presiones ejercidas y las amenazas de prohibición de manifestarse, la opinión pública todavía es muy desfavorable a esta reforma laboral”, constata Philippe Martínez, el bigotudo líder del principal sindicato francés, que anuncia la continuación del pulso en otoño, independientemente de que la ley se apruebe por decreto.
Este movimiento, que no es masivo, ha evidenciado los límites de la influencia de los medios de comunicación, que se han empleado a fondo contra él. Serge Halimi, director de Le Monde Diplomatique y autor de un libro de referencia sobre la miseria del periodismo francés, ha hecho la crónica de esta guerra sucia de tan pobres resultados a juzgar por las encuestas.
Cinco editoriales incendiarios de Le Figaro entre abril y junio (“Restablecer el orden”, “Demagogia en Pie”, “Terrorismo social”, “Dictadura cegetista” y “Los vándalos de la república”), mientras en los telediarios se perdía todo pudor. Desde el canal público France 2 se ha acusado a la CGT, el principal de los siete sindicatos promotores de la protesta, de “una técnica revolucionaria bien orquestada”, mientras el principal telediario del 26 de mayo dedicaba tres minutos y 20 segundos a las manifestaciones del día, frente a 21 minutos y 25 segundos a “violen- cias, bloqueos, problemas de pequeñas empresas (supuestamente perjudicadas por el movimiento), escasez de gasolina y chantaje de la CGT”, enumera Halimi.
Entre los publicistas de corte, uno de los más famosos, FranzOlivier Griesbert, ha llegado a afirmar que “Francia está sometida a dos amenazas que ponen en peligro su integridad: el Estado Islámico y la CGT”. El presidente de la patronal, Pierre Gataz, ha llamado directamente “terroristas y gamberros” a los sindicalistas, y hasta Le Monde ha dedicado un editorial, el del 13 de mayo, a hacer la apología del recurso autoritario al artículo 49/3 de la Constitución para imponer la reforma laboral.
Si a eso se le suma el gran circo futbolístico de la Eurocopa y el estado de emergencia, vigente en Francia desde noviembre y repleto de intimidaciones, la protesta que ayer abrió una pausa estival se parece bastante a una proeza.
Al otro lado, y a falta de una política eficaz contra el paro (6 millones), una obstinación políticamente suicida para la base electoral de la actual mayoría por desmantelar el código laboral: libertad para los empresarios para alargar el tiempo de trabajo hasta 60 horas semanales, flexibilizar horarios y facilitar el despido.
Nada de todo ello estaba previsto en el programa que François Hollande presentó en el 2012. Desde entonces ha habido una derechización del marco político a la que el propio Hollande ha contribuido. El presidente confía en sustituir su base social del 2012 (socialistas, ecologistas y comunistoides) por otra combinación de centro que reciba el voto asustado de quienes temen la vuelta de Sarkozy o el espantajo del Frente Nacional. Ese cálculo puede dar lugar a un naufragio total: Hollande ya es superado por el izquierdista Mélenchon en intención de voto y el otoño comenzará caliente a siete meses de las presidenciales.
Con todo en contra, la movilización sindical de los últimos cuatro meses ha sido casi una proeza