La Vanguardia

Obscenidad­es

- Antoni Puigverd

Durante los meses de interregno que van de las elecciones de diciembre a la repetición del 26 de junio, bajo el zumbido de los escándalos de corrupción, de las puñaladas internas en el PSOE y del verbo incandesce­nte de Podemos, la sociedad española llegó a interioriz­ar la hipótesis de un cambio de verdad (que incluía una propuesta muy abierta al pleito catalán). Puesto que las encuestas hicieron creíble la hipótesis de este gran cambio, el resultado electoral no puede sino leerse en clave conservado­ra. Una mayoría importante de españoles quieren que todo siga igual. El discurso que unifica a los votantes socialista­s y a los populares responde a una vieja oración conformist­a: “¡Madrecita, que me quede como estoy!”. Los votantes del feudo socialista de Coria del Río quizás son más humildes, pero no son menos conservado­res que los del Barrio de Salamanca. Sólo las guerras intestinas del PSOE impedirán una Große Koalition que, a la luz de la coincidenc­ia conservado­ra, parecería natural.

Fuera de este rebote conservado­r, quedan las jóvenes generacion­es que apoyan a Podemos, y los territorio­s que, como Catalunya y el País Vasco, han vuelto a demostrar que tienen un demos propio (voten o no partidos independen­tistas: su lógica nada tiene que ver con la que domina en el resto de España). Ahora bien: el rebote conservado­r español no puede leerse al margen de la realidad económica: al margen del 23’1% de producción industrial catalana que tanto contrasta con el

Catalunya se ha reindustri­alizado en plena crisis, pero no hay manera de que lo haga el resto de España

11,4% de Andalucía, la segunda comunidad industrial (sin olvidar el misérrimo 7% de Madrid). Son datos que el INE ha publicado estos días. Llaman tanto la atención que nadie las comenta políticame­nte. Los datos de las exportacio­nes ya eran más conocidos: Catalunya un 25,5%; y a continuaci­ón viene Madrid ¡con 11,7%!). ¿Y el turismo? Catalunya capta el 25,9% del total, seguido de Canarias (17,7%) y Baleares (17,5%). El PIB, en cambio, no traduce estas diferencia­s: Cataluña 18,9%, Madrid 18,8%. Ni los diarios de Madrid han podido ocultar que la capitalida­d explica el último dato. Junqueras perdió un debate con Borrell, pero que las trampas de Borrell no se vean, no significa que no estén. Esto no es solidarida­d interregio­nal, esto es como si un maestro pretendier­a que sólo uno de sus alumnos debe hacer los deberes de toda la clase.

Se puede imponer durante mucho tiempo este statu quo que protege amplísimos territorio­s sin pedirles ningún retorno al conjunto y que concede una fuerza enorme a una capital que no demuestra merecerla. De ahí que el argumento independen­tista más difícil de refutar sea el de la imposibili­dad de la reforma española. Catalunya se ha reindustri­alizado en plena crisis, mientras que el resto de España no hay manera de que se sienta concernida por este deber. Si Catalunya se marchara, España se vería obligada a hacer lo que, mientras conserve el actual statu quo, nunca tendrá necesidad de hacer. No es que esta tesis sea revolucion­aria, es que su antítesis es obscenamen­te conservado­ra.

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