La tormenta bancaria italiana
MONTE dei Paschi, el banco más antiguo del mundo y el tercero del sistema bancario italiano, se halla en una situación desesperada. En lo que va de año ha perdido cerca del 80% de su valor bursátil. Tan sólo ayer perdió más del 19%. Su actual valor en bolsa es de mil millones de euros, lo que representa 0,1 veces su valor en libros. Esta institución bancaria no es la única que corre peligro en Italia. De hecho, toda la banca italiana está en situación muy delicada. Unicredit, el mayor banco del país transalpino, con 124.500 empleados, ha caído este año alrededor de un 65% en bolsa.
Tan desfavorable coyuntura es fruto de años y años de pasividad de los órganos de gobierno ante el contante aumento de la deuda. La bola ha ido creciendo: la banca italiana suma ya unos 360.000 millones de euros (un 25% del PIB nacional) en créditos considerados insolventes. Este hecho, ante el que sucesivos primeros ministros hicieron la vista gorda, y cuya enrevesada solución delegaron en sus sucesores, se enmarca en dos hechos determinantes. Uno es que la economía italiana lleva veinte años casi estancada, sin capacidad para generar nuevos recursos que contribuyan a revertir su situación. La otra es que su ratio de deuda pública, de un 130% respecto al PIB, es muy alto. En otras palabras, la banca italiana se enfrenta a la tormenta perfecta.
Bruselas y el Banco Central Europeo contemplan con extrema preocupación este panorama. Desde instancias europeas ya se ha conminado a Monte dei Paschi a reducir unos 10.000 millones de euros su cartera de créditos morosos; es decir, a adelgazarla una tercera parte. La idea es oportuna, pero el problema reside en cómo materializarla. El BCE querría que eso se llevara a cabo respe- tando las normas de la unidad bancaria europea y aplicando medidas internas, que acabarían siendo lesivas para los intereses de los accionistas, los tenedores de deuda e incluso los depositarios de los bancos en cuestión. Pero en las capitales financieras europeas se teme que el primer ministro italiano Matteo Renzi prefiera superar la situación inyectando unilateralmente dinero público en el sistema bancario de su país. Renzi se ha escudado en las excepcionales circunstancias del Brexit para justificar tal opción. Pero en el resto de Europa una decisión de este orden se vería con muchísimas reservas. Por razones obvias, como que es difícil explicar a la ciudadanía la pertinencia de un rescate bancario cuando proliferan las noticias preocupantes sobre, por ejemplo, el futuro de las pensiones. Y porque sería un desafío a las políticas comunitarias. En cualquier caso, el sistema bancario de Italia, tercera economía europea tras el Brexit, corre ahora mismo peligro de quiebra.
La crisis bancaria italiana es muy mala noticia. Lo es, desde luego, para el primer ministro Renzi, que llegó al poder infundiendo esperanzas renovadoras en la escena europea y que en las últimas fechas ha visto dañada su imagen, primero por el revés de su partido en las recientes municipales y, ahora, por la crisis bancaria. Por ende, los efectos de esta crisis son nocivos para Italia en su conjunto. La coyuntura es mala para la Unión Europea, que padece el eco de lo que ocurre en Italia –las bolsas continentales cayeron ayer un 1,7% y la española más del 2%– y que debe optar entre vulnerar sus normas o someter a Italia a un estrés económico de efectos imprevisibles. Quizás no haya una solución buena para este caso. Pero, como otras veces, la menos mala quizás sea la que busque una línea de consenso entre Italia y el resto de Europa.