Cambiar la actitud del grupo
Cuando se pide a los adultos que fueron víctimas de acoso en su niñez que recuerden la experiencia vivida se reabre, casi siempre, una herida dolorosa: la indiferencia del grupo. “Mis compañeros no hicieron nada por mí”. “Sabían qué ocurría pero no les importó”. Los espectadores no intervienen, pero su silencio permite que se reproduzcan este tipo de conductas. Desneutralizar al grupo permite diluir el acoso hasta dejarlo en nada, o mejor que eso, hasta dejar en evidencia al bravucón. Cuanto más sepan los niños el significado del respeto y aprendan a detectar las sutilezas de la violencia, antes se extenderá la paz en el patio. Los Mossos d’Esquadra, como Abel y Esther, ofrecen sesiones de reflexión a los escolares de 12 años sobre el ciberbullying en las que, además de informar sobre las responsabilidades penales de un delito así, ponen el acento precisamente en el grupo. Logran encontrar un ejemplo real y tiran de él. “Cuando hay bullying, ¿lo hace toda la clase?”, preguntan a los alumnos de una escuela de Alella. Sólo un grupo, otros lo saben pero no dicen nada, “no va con ellos”, afirman. Los mossos explican: hay un agresor, una víctima, unos que ríen, otros que miran. ¿De qué se ríen? Una chica que parece un chico, un empollón, un gafotas... “Ponemos fotos en Instagram para que la gente las vea y comente. ¿Qué puede hacer la víctima si se ríen de cómo es? ¿Puede cambiar?”. Poco a poco, los mossos los vuelven conscientes: “Si no hubiera testigos, el agresor ¿actuaría del mismo modo?”. Un niño levanta la mano: “Podríamos decir ‘yo no me río’” . Tanto el programa finlandés Kiva, distribuido en España por el Instituto Escalae, como el programa Happy de la UdL, como otras iniciativas, apelan a la fuerza que tiene el grupo haciéndoles conscientes de cómo y por qué funciona el bullying. Usan juegos de rol, de ordenador y clases de reflexión.