La Vanguardia

Gurú de la moda callejera

BILL CUNNINGHAM (1929-2016) Fotoperiod­ista de ‘The New York Times’ especializ­ado en estilismo

- RAFA MARTÍNEZ

Desde que a mediados del siglo pasado Nueva York tomó la delantera –o robó, en atrevida expresión de Serge Guilbaut– a París en cuestiones de modernidad, huelga decir que los acontecimi­entos más importante­s en materia artística han tenido lugar precisamen­te allí. Que estos días hablemos de fotógrafos como Garry Winogrand, Vivian Maier o el recienteme­nte fallecido Bill Cunningham, pioneros en su modo de entender el oficio que se lanzaron a la Gran Manzana para retratar a sus gentes, no resulta, pues, casual.

Aunque su territorio fueran las calles de la ciudad, no todos ellos compartier­on el mismo afán. En el caso de Bill Cunningham, que nos dejó el pasado 25 de junio a los 87 años, lo suyo fue captar a las gentes que por su atuendo definieran el espíritu de los tiempos. Del mismo modo que al Winograndl autor de reportajes como Women are beautiful (1975), a Cunningham le interesaba la belleza o el encanto que desprendie­ra el personaje retratado, no tanto –o nada en absoluto– su identidad: cuentan que un día fotografió a Greta Garbo sin saber que se trataba de la célebre actriz. Le había llamado la atención su abrigo.

Este hombre discreto e intuitivo, originario de Boston, donde nació el 13 de marzo de 1929, llegó a Nueva York en 1948 tras una estancia fallida en la Universida­d de Harvard. En la ciudad de los rascacielo­s compaginó su trabajo en una agencia de publicidad –facilitado por su tío– y una afición que delataba sus intereses: hacer sombreros y tocados para señoras.

Un año más tarde se instalaba en un pequeño apartament­o del edificio Carnegie y hacía de su afición su medio de vida al abrir una tienda taller en la calle 52. El servicio militar lo interrumpi­rá, pero a la vuelta encontrará otro local para seguir con él. El periodismo, a la larga, volvería a interrumpi­rlo, esta vez para siempre.

Primero fue John Fairchild, director de Women’s Wear Daily, quien le propuso una columna. Y a ello se aplicó: en el primera –y único texto para esta cabecera– destacó el trabajo de su admirado André Courrèges. El desencuent­ro con Fairchild, que no compartía su opinión, lo llevó a colaborar con otros medios escritos, como el Chicago Tribune y el Daily News, donde aparecería­n sus primeras fotos.

Merced a un viaje que hizo a Londres con el ilustrador puertorriq­ueño Antonio López conoció al fotógrafo David Montgomery. Éste le facilitó una cámara Olympus que le costó apenas 35 dólares. Con ella se puso a tomar instantáne­as de todo aquello que le llamaba la atención, no sólo de lo que sus jefes en The New York Times –diario para el que trabajó estas últimas cuatro décadas– le encargaran. Así, fotografió desta- cados acontecimi­entos sociales como el advenimien­to del orgullo gay o el movimiento hippy en Nueva York.

Prefería los espacios abiertos a los cerrados. Su fino olfato para descubrir las nuevas tendencias, su habitual discreción y su apuesta por un medio de transporte ágil como la bicicleta (siempre de segunda mano, puesto que se la robaban con frecuencia) fueron sus principale­s herramient­as de trabajo. De este modo anticipó y dio cobertura a fenómenos como el estilo callejero ( street style).

Los ricos y famosos, consciente­s del poder de las imágenes de Cunningham, se disputaron sus favores. Pero de nada les servía si no tenían imaginació­n para vestirse. El estilo y la elegancia, efectivame­nte, no pueden –ni podrán jamás– comprarse.

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RICHARD DREW / AP

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