Primer póquer de ases en la cita de Cruïlla
Esperanza Spalding, Cat Power, Adrià Puntí y Damien Rice deleitan al público congregado
La primera cabeza de cartel en saltar al escenario fue Esperanza Spalding, reputada cantautora y bajista que en el prologo de su concierto se transmutó, cual crisálida, abandonando el voluminoso pelo afro por rizos rasta. Esa transformación en el look se hizo extensible a su música, pasando del jazz a una fusión progresiva. Lo demostró en la que fue presentación de su nuevo álbum conceptual Emily’s D+Evolution –que le ha ayudado a producir Tony Visconti, que fue mano derecha de David Bowie–, en una actuación muy teatral que incluye volcánicos temas como Good lava, baladas estratosféricas del calibre de Unconditional love y también latigazos rítmicos de explícito título Funk the fear.
Todo servido entre jams instrumentales de inequívoco sabor jazzístico, aunque la protagonista
absoluta fue su voz, oscilando del murmuro al falsete, entre recitados poéticos, pop y R&B, acompañada por un efectivo coro de tres voces, guitarra y batería.
Por su parte Cat Power volvía al Cruïlla tras su celebrado concierto de la edición del 2013 en el que presentó su último disco Sun. Sin material nuevo, en el actual repertorio abundan los temas de autoría ajena, algunos sacados de su álbum de versiones Jukebox. Ha dejado atrás un pasado de depresiones y abuso se sustancias narcóticas para convertirse a sus 44 años en feliz madre.
Esta estabilidad emocional se reflejó en un concierto en el que, acompañada por un trío, ofreció su particular punto de vista a temas clásicos como el Don’t explain de Billie Holiday, el New York,
New York de Liza Minelli o el Blue de Joni Mitchell. Aunque la versión más increíble fue nada menos que el Angelitos negros de Antonio Machín, convertida en una irreconocible y dramática liturgia bilingüe.
En el caso de Adrià Puntí se puede recurrir al simbolismo del ave fénix, el pájaro de la mitología griega que resurgía de sus propias cenizas. Y es que el cantautor de Salt ha logrado salir del pozo negro de la inseguridad anímica en la que había caído desde
Maria en 2003. Durante una década estuvo alejado del mundo de los cuerdos, sin encontrar la brújula que lo dirigiera a buen puerto. Hasta que, poco a poco, concierto a concierto, fue recuperando la magia que lo ha convertido en uno de los grandes del pop y el rock catalán. Una condición que ha reafirmado con su nuevo disco,
La clau de girar el taller, cuyas canciones fueron el núcleo de un concierto en el Cruïlla en el que, sin dejar su lado excéntrico, se le vio concentrado y cómplice con el sólido cuarteto que lo acompañaba, alternándose al piano y a la guitarra.
En sus canciones caben el lirismo y las baladas, combinando de manera magistral los cambios de ritmo para conjugar suavidad de terciopelo y crescendos exultantes. También es un alquimista de la magia melódica, un maestro de las apoteosis rockeras y, sobre todo, un bardo de poética descarnada. Especialmente sobrecogedoras fueron las versiones de Cor
agre, Jeu y Ull per ull rescatadas
de Pepalallarga.
El cantautor irlandés Damien Rice volvía al Fòrum, tras su actuación en el Primavera Sound del 2015, para llenar el inmenso escenario principal del Cruïlla con su voz y sus guitarras, ayudándose de pedales de efectos y dos micros. Con barba, tirantes y aspecto de hombre rústico, le basto abrir la boca para caer rendidos a su magnetismo de alto voltaje melodramático. Sus canciones son un torbellino de apoteósicos crescendos. En un mismo tema pasa de la contención ensimismada hacia agudos estratosféricos, distorsionando y saturando el sonido de guitarra y voz. Y aunque utilice la eléctrica le basta la acústica para elevarse hacia terrenos desconocidos.
En el caso de Adrià Puntí se puede recurrir al simbolismo del ave fénix: ha resurgido de las cenizas