Nuevos tiempos
Acababan de arrancar la semana y el servicio de la noche y el cocinero Jordi Vilà mostraba las fotos de su nuevo restaurante, cuando aún estaba patas arriba y apenas faltaba un día para la apertura. La memoria de aquel campo de batalla de cables y maderas donde acabaría floreciendo el bello comedor del Alkimia (Vilà cerró en agosto para trasladarse, con lo que la espera supuso para su equipo) no sólo asoma en la pantalla de su móvil; la lleva estampada en la piel, donde un sarpullido le ha dejado los brazos en carne viva.
Como él, se ha acostumbrado a moverse entre ladrillos, estructuras metálicas y armado de paciencia Albert Adrià, para poder abrir el 15 de septiembre su Enigma (este diario detallaba el proyecto hace una semana), si el tercer cambio de suelo es el definitivo. Ambos cocineros comparten admiración mutua y una capacidad prodigiosa para dirigir un buen número de restaurantes. Y, sobre todo el empeño en culminar su proyecto más ambicioso, en el que llevan invertidos años de trabajo. Las suyas son propuestas que subirán el listón gastronómico aún más (¿habrá sitios para tantos restaurantes buenos en Barcelona?) y con puntos de conexión, que hacen pensar en una nueva tendencia: para empezar, quieren ser espacios únicos, afortunadamente lejos de la estética que cansa a comensales hartos de tanto interiorismo cortado por el mismo patrón. Y, sobre todo, porque uno y otro cocinero repiten sin parar las palabras sabor y producto como eje de la cocina que quieren preparar. Vilà, que desde un antiguo piso, sobre la fábrica Moritz, quiere recordar la huella modernista de la ciudad, asegura que para él es crucial que quien se siente en sus mesas reconozca dónde está. Adrià, dice, quiere hacer cocina neomodernista, recuperar salsas y sabores intensos. No se cansa de repetir la consigna: “Sabor, sabor y sabor”.