La Vanguardia

Serena Williams

La estadounid­ense iguala a Graf con 22 Grand Slam al ganar su séptimo Wimbledon

- MARTA MATEO

TENISTA

La incombusti­ble estadounid­ense (34) se coronó ayer por séptima vez en Wimbledon e igualó a Steffi Graf como la mujer con más títulos del Grand Slam (22). Williams batió en una buena final a la alemana Angelique Kerber.

S. Williams (1) 76 A. Kerber (4) 53

Quizá escribas mi historia con tus amargas y retorcidas mentiras; puede que me lances al barro, pero aún así, como el polvo, me levantaré. […] Puedes dispararme con tus palabras; puedes herirme con tus ojos; puedes matarme con tu odio; pero aún así, como el aire, me levantaré.

Maya Angelou

De su puño y raqueta. Serena Williams escribe una historia de leyenda donde la eternidad está asegurada. Cuando la número 1 se da cuenta que ha ganado su Grand Slam número 22, cifra que iguala el mejor récord de la Era Open –hasta ayer la única propietari­a era Steffi Graf–, cae de bruces sobre su jardín. Es Wimbledon, donde su legado será eterno. Es la pista central, donde su tenis ha brillado más que en ningún otro lugar. Angelique Kerber es una dignísima rival en un partido de tenis excelso. No hubo nervios que agarrotara­n. Fue justicia poética. Cuando en el futuro Serena recuerde cómo igualó los 22 de Graf, nadie podrá decir que fue un regalo. Batalló la estadounid­ense, se agarró Kerber con valentía, y el resultado fue un espectácul­o. La pequeña de las Williams es firme candidata a ser la mejor de siempre. Dos sets brillantes. Dos jugadoras que se dejaron la piel. Pero sólo una es inmortal. Y su nombre es Serena.

“Que haya sido tan difícil hace más dulce la victoria”, decía extasiada la número uno. Tres intentos previos en los que la ansiedad o sus rivales le privaron de la cifra mágica. Primero fue en su casa, cuando Roberta Vinci produjo un cataclismo en las semifinale­s del US Open negando no sólo el número 22 sino

también el Grand Slam en un año natural. Después llegó la propia Angelique Kerber, quien firmó el partido de su vida en el Open de Australia. Y en Roland Garros, el poderío de Garbiñe Muguruza dijo no por tercera vez a Serena. Cuando llegó a Wimbledon, donde su servicio se vuelve arma letal, vino la calma.

En un partido para la historia, Williams ejecutó el plan a la perfección. Si se sentía fuerte con su saque, Kerber no tendría opción. El resto de la alemana, tremendame­nte efectivo en rondas anteriores, perdió fuerza ante la número 1. Las estadístic­as, sin embargo, no reflejarán la calidad de lo acontecido en el All England Club. Tuvo que pasar 1 hora y 13 minutos para ver la primera bola de break a favor de la campeona del Open de Australia, sí, pero siempre firmó puntos para la posteridad. Suyo fue el intercambi­o del partido y del campeonato, cuando soltó un revés con efecto por fuera de la red que acabó en la esquina. El control, es cierto, tuvo nombre y apellidos en todo el encuentro y fue el de Serena Williams. ¿Cómo respondió a la única bola de break? Con un ace a 188 km/h, otro a 199 km/h y un brutal revés a la esquina.

“He pasado noches sin dormir, no voy a ocultarlo. Estuve cerca en varias ocasiones y eso lo hizo más duro. Esta vez simplement­e salí con calma”, dijo. Puro poderío, la estadounid­ense conectó 39 golpes ganadores que le dieron el 7-5, 6-3. Y después de tres decepcione­s, Serena se levantó. Cuando otras hubieran desistido, ella aguantó. Cuando otras hubieran dicho “es suficiente”, quiso más. Y cuando la dieron por terminada, resucitó.

“Que haya sido tan difícil hace más dulce la victoria”, dijo extasiada la número 1

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JUSTIN TALLIS / AFP Una feliz Serena Williams en la catedral del tenis

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