Cómo echar a Pujol de casa
Artur Mas fue elegido presidente de Convergència en marzo del 2012 con el 99,3% de los votos. Su dictado era indiscutido e indiscutible. En el mismo congreso, Oriol Pujol se hacía con la secretaría general con el 97,8% de los votos. Estaba llamado a ser el delfín de Mas, como él lo fue en su día de Jordi Pujol. Entre el apoyo obtenido en aquel congreso por el secretario general y el resto de sus compañeros de ejecutiva, el porcentaje de votos iba bajando según el escalafón de los cargos, siempre sin descender del 90%. Un cuadro perfecto. Como si los militantes se hubieran puesto de acuerdo milimétricamente sobre el apoyo que, en proporción a su responsabilidad, debían asumir sus dirigentes. Siempre ha circulado por el partido el convencimiento de que el porcentaje real de Oriol Pujol fue ligeramente menos abultado del que quedó para la posteridad. Pero nadie lo discutió. Al fin y al cabo, poco importaba. Nadie refutaba las decisiones de la cúpula. Las cosas les iban razonablemente bien...
Pujol siempre había dirigido con mano de hierro el partido. Y Mas heredó algunos hábitos. Ro- deado de un círculo muy reducido de fieles, el ejercicio del poder ha acentuado esa endogamia y cierta desconfianza. Cuando las cosas empezaron a torcerse para CDC, Mas lanzó la ilusión de una refundación en toda regla. Pero después apenas ha compartido un ápice de sus intenciones. La incertidumbre se ha ido acumulando en el partido y el viernes se destapó la presión con la excusa del nombre para la nueva formación. Muchos cuadros intermedios llevan días oliendo el desagradable tufillo a guiso precocinado y han agitado las aguas de la decepción en
A veces parece que Mas ha identificado a CDC con Pujol más que sus votantes, pero los retos van más allá de poner tierra de por medio con el fundador. Muchos en el partido lo intuyen, no quieren que todo cambie para que siga igual.
un partido exhausto después de cuatro años cayendo en votos elección tras elección. La vinculación emocional de la mayoría de dirigentes hacia Mas ha evolucionado de la veneración y la idolatría al respeto y el reconocimiento. Pero, por encima de todo, desean atisbar un futuro más allá del expresidente. Este, a su vez, está convencido de que su figura es aún imprescindible y que el caos se apoderaría del partido si se conformara con ser una mera figura honorífica. Será interesante comprobar si durante el congreso Mas pone o no un límite temporal a su liderazgo.
En sus memorias, Jordi Pujol asegura que siempre pensó en Miquel Roca como el continuador de su obra. “Es absolutamente erróneo que yo no quisiera reconocer a Roca como número dos de CDC”. Lo que pasó –añade– es que el calendario político se cruzó en sus planes. Se veía que el PSOE perdería su mayoría absoluta en 1993 y eso abría nuevas expectativas, así que decidió repetir como candidato pese a llevar 16 años en el poder. Es muy difícil para un líder apreciar con claridad cuándo debe abandonar. Y Mas considera que le han echado antes de tiempo del Govern y con malas artes, víctima de un chantaje de la CUP. Desde su punto de vista, no sería justo renunciar al liderazgo del partido, por más que su permanencia se contradiga con una refundación.
Pero el acalorado debate sobre las personas no puede esconder la liviandad de las respuestas y argumentos ideológicos de un congreso que se pretende trascendental. La “propuesta de bases fundacionales” que sirve de partida es un compendio de vaguedades y buenos deseos, inane ante los retos pendientes. Convergència es un partido atrincherado en el voto rural y envejecido. Las ciudades se le resisten con terquedad. En las elecciones generales, obtuvo algo más del 11% de los votos en la provincia de Barcelona. Sus dirigentes son vistos como políticos instalados en sus poltronas. Y la acomplejada competencia con ERC por el espacio independentista le ha obligado a ceder ante un partido tan alejado de su modelo de país como la CUP. Es complicado refundarse de verdad mientras se hacen embarazosos equilibrios para mantener el poder, y con un presidente del Govern cuyo futuro inmediato es una incógnita. A todas esas cuestiones se debería dar respuesta. Son incluso más importantes que poner tierra de por medio con el fundador caído en desgracia. A veces parece que Mas ha identificado CDC con Pujol más incluso que sus votantes. Y por eso da la impresión de que en lugar de echar a Pujol de casa, toda la familia ha decidido cargar con los bártulos y trasladarse a otro piso para no tener que vivir bajo el mismo techo.