La vieja y la nueva Convergència
ESTE fin de semana Convergència Democràtica de Catalunya deja de existir –políticamente, no legalmente– y da paso a una nueva organización que pretende aprovechar lo mejor de su historia para impulsar –según sus promotores– un proyecto renovado que recupere votantes. CDC nació en 1974, cuando la dictadura llegaba al final, y a partir de 1980, consiguió articular –en coalición con Unió– un amplio espacio socioelectoral que representó a las clases medias, construyó la nueva autonomía, fue determinante en el mundo local e influyó en la política española. A partir de una síntesis ideológica anclada en el centro y una voluntad de integrar sensibilidades diversas, CDC gobernó en la Generalitat 23 años y dio lugar al pujolismo como versión actualizada del catalanismo. Como el PSC desde otras instituciones, los convergentes aseguraron la gobernabilidad, modernizaron el país y trabajaron por la cohesión social.
Después de siete años en la oposición, CDC volvió al Govern en el 2010 con buenos resultados. Artur Mas tuvo que adaptar la vieja maquinaria a un contexto difícil de crisis y de malestar provocado por la sentencia del TC sobre el Estatut y la negativa del Gobierno español a negociar un nuevo pacto fiscal. Desde el 2012, CDC sustituyó el autonomismo por el independentismo, interpretando un cambio de mentalidad creciente de las bases del mundo nacionalista, que coincidió con una fuerte desafección política en toda España. Los convergentes han ido perdiendo votos desde hace cuatro años, un retroceso que no se puede desvincular de la gestión de los recortes, el desgaste de gobernar, la aparición de episodios de corrupción y el estallido del caso Pujol. En paralelo, la apuesta independentista y la creación de Junts pel Sí han desdibujado en parte el perfil ideológico de CDC. Todo ello ha desembocado en la necesidad de reconstruir el partido a partir de un imperativo de regeneración y adaptación a los nuevos tiempos. Lo han denominado refundación y –como se está viendo– no es fácil. Da la sensación de que se llega a este congreso proclamando maneras nuevas, horizontales y abiertas, pero haciendo las cosas con un estilo vertical y antiguo. Desde la cúpula del partido, empezando por Mas, se lanzó la expectativa de una nueva forma, más participativa y transparente, de funcionamiento del partido que no se ha visto colmada a la hora de la verdad. Más bien todo lo contrario. El expresident tiene todo el derecho a liderar el futuro inmediato del partido dada su autoridad ante la militancia, siempre que esta lo considere conveniente, pero él mismo ha prometido un cambio radical en la formación al que debe dar respuesta. Habrá que corregir inercias y vicios adquiridos, como han exigido ya las bases, que en la inauguración del congreso fundacional se rebelaron airadas –en un gesto inédito en CDC– ante la primera propuesta de la dirección, relativa al nombre del nuevo partido. Un síntoma evidente del profundo malestar incubado.
Es evidente que el país ha ganado complejidad y que el desplazamiento de la centralidad ha afectado a todas las ofertas políticas. Que casi un 80% de los catalanes vea bien la celebración de un referéndum sobre el futuro del país es elocuente. Dicho esto, ciertos ritmos apremiados, la velocidad de determinadas decisiones sobre la agenda independentista y las controvertidas alianzas para gobernar han contribuido a erosionar la marca convergente. Además de redefinir principios y elegir un nuevo equipo dirigente, la refundación de CDC debería servir para recuperar un liderazgo social desde el centro y para saber llegar a todos los ciudadanos que, participando de las ideas catalanistas, hoy se sienten huérfanos de opción política.